JIMM LEÓN
Déjeme contarle esta breve historia de amor, que inicia con este bonito poema:
“(Que hago para que me mires, si a diario parezco un puto enfermo sentado en esta mesa viéndote, mirando como pasas de un lado al otro sin siquiera notar mi presencia con la colilla del ojo. Cualquiera se puede sentir inexistente con tan constante desprecio.)
—Se perfecto que siempre he sido algo tímido, por eso, es por lo que hasta hoy me atrevo a hablarte. Bueno se que esto es más que un cruce de palabras —Le sonreí un poco sínico, tratando de hacer reír a Sara.
—Si, mucho más que eso… —Ante mis ojos, puedo notar muy claro que esta nerviosa por lo que puede pasar. Es comprensible, estamos solos, frente a frente por primera vez, a luz de vela a punto de cenar algo delicioso hecho por mí para ella.
(Sin embargo, aquí estoy, en la mesa del rincón, con mi patética forma de ser, con mi patética forma de nunca hablarte y solo mirar, con mi patética forma de no dejar de apreciarte de pies a cabeza lo más cuerdo posible,)
—Pero dime, ¿Qué se te ocurre hacer? Tenemos tiempo… No se si quisieras platicar sobre algo en específico. —Siempre me ha costado iniciar conversaciones, pero es que ella de verdad me gusta, su manera de ser cuando pasaba a comer al restaurante donde ella trabajaba de mesera. Su manera de caminar, de mover las caderas, sus ojos claros me resultaban excitantes solo de mirarlos.
—De lo que tú quieras está bien… —Sara, parecía muy distraída, como si pasara algo malo.
(evitando a toda costa mirarte a los ojos incluso cuando me miras, por miedo a quedar sin remedio aún más excitadamente enamorado de ti…)
—Por favor, Sara, tus ojos son muy lindo, no te queda estar triste, te miras hermosa sonriendo, con tu carita risueña y tus ojitos brillando, como cuando atiendes a las personas en el restaurante. —Su actitud me empezó a entristecer, como era posible estar así, cuando debería ser una noche mágica para ambos. En mis sueños siempre imagine ese momento, pero ella con una sonrisa de oreja a oreja —Por favor, Sara, no estes triste por que harás que me pongo igual que tú. —¿Dime que puedo hacer para verte sonreír?
—Por favor… —Ella comenzó a llorar desenfrenadamente. —No hagas esto por favor…
—Te pido que dejes de llorar, me gustas cuando sonríes. —Sus lagrimas me estaban sacando de quicio. —Esta noche debería de ser mágica para ambos. Tus ojos deberías estar brillando como el sol, como me gustan. Tu sonrisa debe de ser como la recuerdo, coqueta, hermosa, llena de vida. No este tonto gesto de dolor y desprecio que me das.
—Déjame ir, prometo que no levantare cargos, solo no me hagas daño. —Sara, rompió todas mis ilusiones y expectativas de esta noche. Desesperado me levante de mi silla, y tome el cuchillo. —Te lo imploro…
—Sara, te dije que sonrieras. —Quite con cuidado la mesa con la cena romántica que había preparado para ambos. Me monte en sus piernas de frente sosteniéndole la cabeza fuerte, jalándola del cabello por el respaldo de la silla a donde también tenia atadas las manos. Y lentamente separe sus dientes introduciendo el cuchillo por la boca para hacerla reír. Ambos cortes en las mejillas le harán mostrar lo bello de su sonrisa. —Deja de gritar y moverte Sara, te voy a cortar de más si no dejas de hacerlo…
—… —Ella solo grita sin parar, como si algo estuviera mal, cuando los pequeños cortes eran para hacer mágica la noche.
—Te dije que no te movieras, ya te hice unas cortadas en la legua sin querer. ¡Porque te cuesta tanto hacer caso! —Fue tanto mi desesperación, que por error, le solté un golpe en la cara. —De verdad lo siento… No… No fue mi intención golpearte, yo no soy así, nunca había golpeado a una mujer. A mi madre la golpeaba mucho mu padre y eso nunca me gustó, te juro que no volverá a pasar, veras que nuestros hijos no crecerán igual que yo, ellos si tendrán una buena educación desde casa…
—De… Deseo con todo mi corazón que mueras… —Sus palabras me hirieron.
—¿Porque me hablas de esa manera cuando yo te describo un futuro juntos, una vida nueva y llena de amor entre ambos? Yo te amo de verdad…
—Vete a la mierda…”
—Después de eso señor policía, solo recuerdo que la tomé entre mis brazos desatándola de la silla, le di un bezo en la frente, y fue justamente cuando ustedes entraron a interrumpir nuestra velada.
—Te repetiré sus últimas palabras: ¡Vete a la mierda pedazo de imbécil! Por si fuera poco tras todo lo que sufrió, no le diste la oportunidad de defenderse. Le encajaste 18 puñaladas atada a esa maldita silla. Eres un maldito pedazo de mierda inservible, al cual me encargare de refundir en la cárcel. Veras que los reos te trataran mejor de lo que trataste a Sara…