MARIANA LÓPEZ

Condenadas a la soledad

Miles de cosas pasaban por mi cabeza, estaba muy ilusionada, hacía años que no me sentía tan feliz. Mi otra yo era más pesimista, imaginaba los peores escenarios, donde todo se iba a pique y mi relación terminaba como las anteriores.

Nos sentíamos inadecuadas, aun para él, a pesar de todos los detalles que él nos tenía, nuestra baja autoestima nos impidió disfrutar de su presencia.

Admirábamos todo de él, su voz grave, su cuerpo, los ojos cafés, su cerebro. ¡Amor! Ese era el sentimiento que latía en nuestro pecho.

Cuando comenzamos a salir hacia unos meses, nos sentíamos por primera vez en otro universo y él nos convencía que todo podía ser diferente esta vez.

Descubrimos que no.

Mientras conducíamos por la avenida principal de la cuidad, lo vimos, sonriente, estúpidamente sonriente, saliendo de la cafetería donde acostumbrábamos almorzar los domingos. Pensamos darle una sorpresa e ir a saludarlo, pero antes de que pudiéramos estacionarnos, una mujer salió tras él, ambos se miraron y se sonrieron, él la abrazo y se despidió amorosamente de ella.

Los celos, el coraje y un sinfín de emociones nos llenó el cuerpo entero, las lágrimas no dejaban de resbalar por nuestras mejillas. En ese momento sentí que me partía, fue doloroso y definitivo. Aceleré, hui prácticamente de aquel lugar.

Por la tarde, recibí un mensaje de él, decía:

 ¿Cenamos juntos?

¡SÍ!

Respondí inmediatamente como era mi costumbre

Nos vemos a las 9:00 pm donde te gusta.

Te amo.

A él le encantaba un postre que yo le preparaba, Crème Brûlée, ese día lo preparé con un ingrediente extra y se lo lleve.

Terminamos de cenar y nos dirigimos al estacionamiento, le dije:

–Te prepare tu postre favorito.

Emocionado lo probó enseguida, cuando casi lo terminaba me dijo:

–Te quería contar que hoy comí con mi hermana, la invité a la cafetería donde almorzamos tú y yo los domingos, está muy emocionada de conocerte, le dije que eres el amor de mi vida.

Un frío recorrió mi cuerpo, mi corazón se congeló, era demasiado tarde. Cayó frente a mí.

–¡Que estúpida eres!

–Claro que no, él tuvo la culpa, debía decirnos antes.

–Él nos amaba de verdad.

–Olvídalo ya, es tarde, vamos a dormir.

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