20- A las puertas de las tinieblas

Nuevamente gracias a la ayuda de Ginega, Siriel, acompañada de sus aliados, lograron atravesar el desierto de la soledad muy rápidamente. Y aun así, tardaron hasta tres días en llegar a los límites del desierto. Más allá de él el terreno era más pedregoso y agrietado. Ahí, el cielo se veía oscuro, como si fuera la hora del crepúsculo a pesar de que apenas era mediodía. Se detuvieron en la frontera que marcaba ambos territorios. Ese día no avanzarían más. 

Ginega dejó a sus amigos en el suelo y se tumbó a su lado para poder oírles y verles bien. Siriel se estiró y después guio a las monturas para que la siguieran al galope y también pudiesen hacer algo de ejercicio. Ellas eran las que más sufrían pasar tanto tiempo sobre la palma de Ginega. Afortunadamente, un par de vueltas a la giganta solían bastar. Galena se refrescó en un pequeño hoyo que la giganta le creó y se durmió en el interior a la espera de que, al llegar la noche, las estrellas pudieran darle algo de información. Tomás se dedicó a montar el campamento, mientras su buena amiga Lamia trataba de investigar lo que les deparaba en el futuro.

Solo el príncipe Akal se sentía fuera de lugar. Tenía miedo ante la visión de aquel lugar que se abría paso más allá del desierto. Pero la decisión de ir había sido suya. Buscó un sitio para sentarse y examinar los libros y pergaminos que había traído consigo. Desde el principio le aterrorizaba leer acerca del lugar al que iban pero si no lo hacía irían a ciegas. De hecho, habían llegado hasta ahí siguiendo sus indicaciones.

En cuanto iniciaran la marcha, entrarían en el camino tenebroso. Se trataba de un camino oscuro que ascendía poco a poco hasta la montaña de las tinieblas. A simple vista se trataba de un camino normal pero muchos no volvían. Había que ir con cuidado porque estaba plagado de peligros invisibles. Según sus libros había:

            • Geiseres ocultos que se activaban al detectar a intrusos

            • Caminos de lava que simulaban ser agua

            • Arenas movedizas

            • Vientos huracanados que seguían un determinado patrón

Y muchos más peligros, que también incluían animales y bestias peligrosas. Evitar los primeros, aunque dificil sin la guía correcta era posible. De hecho, tenía el único pergamino que marcaba el camino, regalo del bibliotecario antes de partir. Los otros requerían de fuerza e ingenio. Esperaba que Siriel, Tomás, Lamia y Ginega fueran suficientes para ganar.

Cerró los libros y se concentró en el pergamino que marcaba el camino tenebroso que les llevaría a la cima. Se lo sabía de memoria pero quería asegurarse.

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