TANATOS 12

CAPÍTULO 10

No sabía si María era consciente de que exponernos así a él no solo podría dejarme en mal lugar a mí, sino también a ella. O quizás lo sabía tan bien como yo, y de ahí su obediencia.

Me subí a la cama. Me coloqué, de rodillas, tras ella. Edu nos miraba y María le miraba a él.

El culo de María me pareció tan precioso como contundente desde aquella posición, y su tanga azul claro me pareció más minúsculo. Mi polla se mantenía dura, pero quizás nunca me había parecido tan pequeña… pues aparecía explícita e implícitamente comparada con la dimensión de las nalgas que allí se me exponían… y comparada con el pollón de Edu, que caía pesado y encharcado.

Llevé mis manos a sus nalgas, que sentí frías. Su tacto era tan suave que se me puso todo el vello de punta al acariciarlas… Quise disfrutar, disfrutarlo, era mi turno, y quise también marcar yo mis tiempos. Comencé a desabrocharme mi camisa, con una mano, mientras con la otra seguía acariciando una de aquellas maravillosas nalgas de María.

—A ver, Pablo, ¿a que coño esperas? —dijo ella, en un tono bastante hiriente. Y yo no solo me quedaba impactado por su despótica frase, sino que alucinaba cómo ella misma, tras su pregunta, llevaba una de sus manos atrás, y se echaba el tanga a un lado, lo justo para que aflorara su sexo, ante todos.

Su brusquedad me afectaba, y aún más lo hizo ver su coño, su tremendo coño, con sus labios carnosos, salidos hacia fuera; tan salidos que me producía un morbo impresionante, pero a la vez me imponían hasta asustarme.

Detuve mi maniobra, sin haberme desabrochado la camisa completamente. Me acerqué más. Apunté… María miraba ahora hacia adelante, con las palmas de las manos apoyadas en la cama. Restregué la punta por entre sus labios, apartándolos, para entrar, buscando con aquellas caricias que ella emitiera algún sonido, pero no lo hizo. Y entonces empujé. Me enterré. En ella. Hasta el fondo. Hasta los huevos. Y gemí un “¡Ohhhh…!” que me salió de lo más profundo, a la vez que sentía un calor y una humedad inmensas. Apenas notaba las paredes de su coño extenso, pero sí noté una combustión, un cambio de temperatura colosal. María no emitió, tampoco esta vez, ni un mísero sonido, ni un leve suspiro.

Con su tanga apartado, sus tacones sobre la cama, y su melena cayéndole por un lado del cuello, ella acogía mi pequeña polla sin inmutarse, sin notar aparentemente nada. Entraban en juego su coño espléndido, y creado para sementales elegidos, y mi polla que no estaba a la altura, no solo de ella, sino casi del sexo en sí.

La sujeté por la cadera y comencé a penetrarla, adelante y atrás, y a resoplar, de placer, pues a cada metida yo sentía más calor y más agrado; siempre cerca de correrme, desde el principio, siempre al límite, a pesar de que el rozamiento era casi nulo.

—¿Qué quería Rubén? Ahora en serio —preguntó entonces Edu, y yo llevé mis ojos hacia él, y vi como nos miraba sin inmutarse, con su polla, gordísima, pero recogiéndose.

—Eso. Ya te lo dije. Quedar —respondía María, con mi polla dentro, pero como si nada, en un tono no solo normal, sino hasta apático.

—Mañana… con él o sin él… podríamos ir a una playa que está por aquí, que hay bastante vicio —dijo otra vez Edu.

—¿Cómo que vicio? —preguntó ella, y yo la sujetaba por la cintura, y la embestía un poco más fuerte, empezando a… sino a enfadarme, al menos sí a impacientarme, pues no le arrancaba ni un suspiro.

—Pues eso. Es nudista… Es un rincón. Una playa pequeña. Es nudista y me han dicho que a veces pasan cosas.

—¿Nudista? ¿Y vas a ir a una nudista con eso? —preguntaba María, encumbrándole a la vez que seguía sin siquiera respirar agitadamente. Con su cara girada hacia él, y con su cuerpo adelante y atrás por mis embates; se balanceaba, regia, chula, hablando, insulsa, como si tal cosa.

—Bueno, si no me empalmo no creo que nadie se asuste —dijo él, extrañado por su halago, que no era común, y en aquella charla informal, y bastante amistosa, que tampoco era común en ellos.

Yo seguí penetrándola. A veces resoplaba más, y a veces menos. Y a veces mis “Bufff” “¡Ohhh!” se solapaban con sus frases neutras. Era terriblemente humillante follarme así a mi novia y que ella ni sollozase lo más mínimo. Y lo peor era que su coño seguía abiertísimo, tanto o más que antes, por lo que las esperanzas de que ella me salvase emitiendo algún gemido cada vez se diluían más.

Se escuchó entonces un sonido exageradamente líquido, que emanó del coño de María, lo cual mostraba una inundación casi bochornosa; y miré entonces hacia Edu, pensando que habría reparado en aquel vergonzoso sonido, y que tras él vendría un comentario hiriente, para ella, para mí o para los dos. Pero descubrí que no, vi que él se miraba la polla, y los tres veíamos cómo colgaba de la punta de su miembro un hilillo semitransparente y larguísimo, que había nacido en él, o en María, o por la mezcla de los dos, y decidió entonces ausentarse, irse hacia el cuarto de baño, y se pudo escuchar como desenrollaba papel higiénico, seguramente para limpiarse.

A solas con María, alargué una de mis manos para acariciar una de sus tetas que caían enormes. Acaricié su pezón y lo sentí durísimo. Pero no sabía si aquella dureza era por mí o por él.

En aquel momento de intimidad deseé con todas mis fuerzas que María me dijera algo, que me dijera que todo estaba bien, cualquier cosa, aunque fuera un “estamos locos…” pero algo que me sosegase y que me hiciera sentir en unión y armonía con ella, con nosotros.

Pero no dijo nada. Ni gimió. Ni jadeó. Ni respiró agitadamente. Cosa que me hizo pensar que seguramente no se mantenía en silencio para seguirle el juego a Edu, sino porque verdaderamente no sentía absolutamente nada.

Edu volvió, completamente vestido, y yo aceleré, dispuesto a correrme ya si era necesario, pues no podía soportarlo más. Aceleré y el ruido de mi pelvis al chocar con sus nalgas se hizo cada vez más y más sonoro, y un “¡plas, plas, plas, plas!” se escuchaba con cruda nitidez. Y ella iba adelante y atrás y yo la embestía más fuerte y esperaba un grito, o un gemido, algo, y sus tetas se balanceaban imponentes, y su coño me acogía sin inmutarse, y mi polla nadaba en aquella inmensidad, y más “¡plas, plas, plas, plas!” rapidísimos, y yo sentía sudor en mi espalda y en mi pecho, llegando a caer alguna gota por mi axila, empapando mi camisa, pero ella no sudaba, no jadeaba… y aceleré aún más… y me salí, sin querer, y mi polla se salió completamente de su cuerpo y, mientras apuntaba para penetrarla otra vez, dijo ella, en voz alta, como en una representación:

—Cariño, ten cuidado… No hagas más el bruto. No te salgas más ¿Vale?

Algo me subió por el cuerpo. No sabía si era ira o qué era. Nunca me había llamado cariño. Jamás.

Lo había dicho, además, de una forma especialmente altiva y soberbia. Y lo entendí, de repente, allí estaba todo. Allí estaba todo lo que excitaba a María: ella humillándome, con él presente, y él humillándonos a los dos… y a la vez ella luciéndose, sexual, erótica, poderosa, espléndida… Y era difícil de entender cómo ella podía sentir humillación, pero a la vez poder, aunque ya era obvio que era capaz de moverse y de disfrutar sobre aquella línea.

La volví a invadir. En silencio. Y Edu, testigo de aquel bochornoso espectáculo, dijo:

—No me digáis que habéis estado cuatro o cinco años, los que llevéis… follando así.

María llevó su cabeza hacia adelante. Y no decía nada. Y yo la seguí penetrando… otra vez, adelante y atrás, iniciando una cadencia más pausada, pero sentida, para mí, al menos.

Edu, tras su degradante y provocadora frase, no sonrió, ni rio. Sino que se hizo con su teléfono móvil, y allí, de pie, a menos de dos metros de nosotros, comenzó a trastear en él. Lo hacía sin apenas atender a cómo María, a cuatro patas, con su tanga apartado, recibía mi polla y se balanceaba rítmicamente, adelante y atrás.

—Oye, por cierto. ¿Y de Carlos? ¿Sabes algo de él? —preguntó Edu, sin levantar la mirada del teléfono.

—Ya te lo he contado —respondió ella, sin girarse hacia él, dejándose mecer por mis embestidas, y yo, no sé por qué, deseé con todas mis fuerzas, en aquel momento, que… al menos… estuviera recibiendo mi follada con los ojos cerrados.

—No, no sé nada —respondía él y yo buscaba unas penetraciones más lentas, pero más profundas, dentro de mis limitaciones, y sujetaba la cadera de María con una mano mientras acariciaba una de sus nalgas con la otra. Y comencé entonces a jadear otra vez… emitiendo aquellos “Ohhh…” y aquellos “¡Ufff….!” simultáneamente a que María le contaba:

—Ya te dije que una noche empezó escribirme y me dijo que quería darme una cosa, y yo le decía que no quería nada. No por nada. Sino porque… no entendía…

—Ya… —decía Edu y yo resoplaba, y jadeaba aquellos “Ohh-Ohh…” entrecortados y veía con los ojos parcialmente cerrados cómo María le hablaba, con la cara otra vez girada hacia él.

—Y nada —prosiguió ella—. Si es que ya te lo dije… que se plantó en mi casa y me vino con el uniforme del colegio de la hija.

—Ah, sí, es verdad, me lo dijiste —respondía Edu y yo emití un jadeo especialmente sonoro, y María, girándose hacia atrás, dijo, en aquel tono neutro e insultantemente pasivo:

—Córrete fuera, cariño.

—¡Ohhh! ¡Jo-der…! —gemí yo de repente, y me detuve… No podía más. Me corría. Explotaba. Allí, agarrado a su cadera y acariciando su nalga… Se hizo un silencio, una gota de sudor corrió por mi abdomen hacia abajo, sentía más calor que nunca… Y me salí, para correrme fuera, al tiempo que ella dijo: “Mánchame toda la espalda” y me la sacudí, una vez, con tres dedos, y eché la cabeza hacia atrás… y me descargaba, entre mis quejidos… Me corría y ellos seguían hablando. Mis gemidos se solapaban con Edu diciéndole que Carlos en el fondo era un hombre bastante raro, y ella le respondía que había guardado el uniforme en el armario, se habían dado las buenas noches… y que nada más… Y yo seguía sacudiéndomela, ido, desvergonzado, deseando empapar toda la espalda de María… jadeando sin parar… hasta que rematé con un “¡Ahhh…! ¡Joder…!” y abrí los ojos, y contemplé como apenas le había manchado un poco las nalgas, cómo su espalda lucía impoluta, y cómo casi todo lo poco que había echado había corrido por el tronco de mi miembro, hacia abajo.

—Yo después hablé un poco con él… para hablar de por qué se había ido así la otra noche —dijo Edu mientras yo me apartaba más de ella, y me fijaba en la oquedad que dejaba allí, y otra vez en sus labios enormes y desplegados hacia fuera.

—¿Y? —dijo María—. Pablo, ve a por papel, anda.

—Pues… nada. Me dijo que se había marchado porque estaba sintiendo que sobraba —decía Edu, mientras yo me bajaba de la cama, dejando a María allí, a cuatro patas, sin inmutarse, hablando con él, y con un poco de semen en una de sus nalgas.

Fui entonces al cuarto de baño, desenrollé un poco de papel higiénico. Me limpié la punta. Y dejé de oírles hablar. Abrí el grifo. Me lavé la cara. Me miré. Me vi. Me sentía bien y mal. Me sentía agraciado y desdichado… A veces creía que lo entendía todo, y a veces que no entendía nada…

Me hice con papel higiénico y salí para limpiar a María, pero al llegar al dormitorio no me la encontré quieta y esperándome, sino… de pie. Frente a Edu. Besándose con él…

Otra vez dolor y morbo. A partes iguales. Solo aquello podía hacer que sintiera excitación cuando apenas habían pasado un par de minutos desde que me había corrido.

María, allí plantada, con sus tetas desnudas, con sus sandalias de tacón y con su tanga elegante e impúdico otra vez perfectamente colocado, se besaba con un Edu, completamente vestido, que tenía la espalda casi contra la pared. Sus besos eran lentos, pero tórridos. Sus caras apenas se movían pero se podía sentir su intensidad, su deseo, su recíproco merecimiento. Y vi mi semen discurriendo por una de las nalgas desnudas de ella… y me acerqué… y los sentí… y comencé a limpiarle el culo a María… con el papel higiénico… mientras ellos se besaban…

Era ridículo. Era humillante. Pero me empalmaba otra vez. No lo podía remediar. No lo podía controlar. Otra vez mis manos frías y mi corazón bombeando sangre… Y acabé de limpiarla y me retiré un poco y vi como era María la que maniobraba en los pantalones de Edu, y, entre beso y beso, le susurraba al oído:

—Sácatela…

Y Edu se dejaba hacer, dejaba que ella colase su delicada y fina mano por la apertura de su delicado y fino pantalón, y le dijo entonces él también en el oído:

—La tengo blanda… después de vuestra mierda de polvo.

—Me da igual… —le gimoteaba ella, con los ojos cerrados… Y se la sacó. Espesa, gorda, algo flácida, pero grotesca y agresiva… igual de oscura y con aquellas venas creciendo.

—Menudo pollón tienes, cabrón… —le susurró, cara con cara, entre beso y beso.

Y le comenzó a pajear, frente a frente, ya que gracias a sus tacones estaban casi a la misma altura. Todo se precipitaba. Ella se apartó un poco y le pajeaba con una mano. El ruido de la piel de la polla de Edu, adelante y atrás, resonaba por el dormitorio, cada vez más rápido, cada vez más líquido… Y él, con su pollón fuera, y con su glande que aparecía y desaparecía, pues la piel llamada a cubrirlo lo exponía y escondía a la velocidad que María marcaba, llevó una de sus manos a la cara de María y se la acarició, y después un dedo a su boca y ella lo chupó hasta que un hilo de saliva llegó a colgarle de su labio inferior, y después le acarició un pecho, y después le dio un pequeño golpe, un pequeño cachete en su teta, como ya había hecho la noche de la boda. Y seguía aquel sonido de la piel adelante y atrás, y María, cuando sintió la polla dura, ya en horizontal, aceleró la paja y su torso se agitaba, y sus tetas se contoneaban, y comenzó a jadear. Jadeaba por pajearle todo lo que no había jadeado conmigo mientras la follaba.

Y de golpe ella detuvo la paja… separó un poco las piernas, se llevó las manos a las tiras de su tanga, y lo bajó un poco, ni un palmo… y le agarró de nuevo la polla, y lo atrajo hacia sí, haciendo que la punta tocase, golpease, llamase a la puerta de su sexo. Se lo restregaba por el clítoris… y echó entonces la cabeza hacia atrás. Se rozaba, se lo restregaba, como si fuera un consolador… Se volvía loca, se exponía, se gustaba, se lucía, disfrutaba de aquel pollón que apartaba sus labios y atacaba su clítoris que también rebosaba hacia fuera. Y unos “¡¡Mmmm…!”, “¡Ahhhmmm….!” se hacían atronadores… y Edu le dijo, serio:

—Suéltamela… Y tócate las tetas…

Y ella obedeció, dejando aquel pollón libre, recto, duro, en contacto con su coño. Y fue él quién se la cogió y empezó a pajearse, apretando, presionando siempre con la punta contra el sexo de María…

Y yo no me tenía en pie por lo que veía, por lo que sentía. Mi polla de nuevo dura al ver cómo María, con los ojos cerrados, con la boca entreabierta, con la cabeza hacia atrás y con un hilillo de saliva colgando del labio inferior, se acariciaba las tetas, en círculos extraños, aleatorios, absurdos… al ver cómo sus manos le temblaban en aquellas caricias y al ver cómo gimoteaba mientras Edu se pajeaba, siempre con la punta de su polla en contacto con el sexo de ella; empujándola, haciéndola gemir… hasta que ella jadeó un… “Métemela…”, y él respondió con un “No…” y ella le suplicó: “Métemela… ¡joder…!”, y lo hizo a la vez que serpenteaba con su cintura, con su pelvis, restregándose más… y él solo tenía que flexionar un poco las piernas, para penetrarla, de abajo arriba, pero lo que hizo fue mostrar cómo una gota densa, densísima, y blanquísima, brotaba de la punta y se enmarañaba en el vello púbico del coño de María… y otra gota, aún más contundente, atacaba su clítoris y caía pesada sobre su tanga exigido… Edu se corría y jadeaba unos “¡Ohhh!” ahogados, grotescos, casi violentos, pero morbosos, y María serpenteaba con su cintura, buscando más roce, buscando mojarse más y más de aquel líquido caliente, mientras él dejaba caer más y más semen sobre aquellos labios hinchados, sobre su clítoris saliente y sobre aquella tela finísima azul celeste que no había sido creada para contener aquella masa pastosa y espesísima.

María abrió los ojos. Le miró. Y él cortó el hilo de saliva que aún colgaba de su boca con su mano, mano que le puso después en la cara, en algo que no era ni una caricia ni un hostigamiento. Y ella giró un poco su cara, hasta que alcanzó a chuparle el dedo pulgar. Y después él, extasiado, y jugando, la empujó un poco, y ella dio un par de pasos torpes, hacia atrás, con sus muslos atados y con semen desbordando aquel tanga exigido.

—Madre mía… —suspiró María, mirando hacia bajo, y comprobando el charco que había posado sobre su tanga, y al ver también su coño y su vello púbico salpicado. Y, después, con sus mejillas ardiendo, me miró fugazmente, mientras Edu se reponía de su orgasmo, y parecía dispuesto a guardársela, esta vez sin importarle manchar sus calzoncillos.

Yo quería que Edu se fuera. Que se fuera cuanto antes. Pues quería ver a María. Sentirla… Estar con ella… Sobre todo tras aquella última mirada, efímera, pero limpia, a pesar de que el resto de ella era suciedad.

Y, por fortuna, por una vez él pareció leerme la mente, y me socorrió, quizás involuntariamente, pero  apenas pronunció cuatro palabras y, tras una mueca extraña, dijo que se iba a la otra habitación.

María no dijo nada. Seguía quieta. Allí clavada. Ardiendo. Con su coño fuera de sí y goteando semen. Con un charco entre sus sandalias por lo que caía de su tanga calado. Y yo no pude más. Y me acerqué. Pero no intenté besarla, pues me rechazaría. Y me acerqué más. Y me pegué a ella. Y me atreví a besar su cuello, y no se apartó. Y recogí entonces con mi mano uno de sus pechos que sentí sudadísimo y pegajoso. Y, tras un tenue y casi inaudible “qué haces, Pablo…” besé su teta, ancha, casi excesiva, sintiendo en mis labios un tacto tan celestialmente suave que me hizo temblar… y seguí descendiendo… y besé su vientre… Y después me arrodillé ante ella.

—Qué… haces… —volvió a preguntar, otra vez… Otra vez en un hilillo de voz. Y yo, arrodillado, miré hacia arriba, y la vi, y ahora sí aquel sudor, ahora sí aquellas gotas en su torso, entre sus pechos. Ahora sí aquella cara sonrojada, ardiendo. Ahora sí aquel flequillo, húmedo, pegado a su cara. Ahora sí, cachonda, encendida; la única sin su orgasmo.

Y un olor me atacó. Un olor a coño, y a semen… Y miré al frente y una gota enorme, blanca y espesa brotaba de su clítoris; todo su vello púbico era un charco transparente y desordenado. Uno de los labios de su coño lucía maltrecho, completamente echado a un lado, y el otro brillaba y caía como con vida propia… Y, más abajo, su tanga apenas alcanzaba a contener un charco viscoso y pesado, y un hilillo densísimo traspasaba y denigraba su lencería, cayendo como una estalagmita… mostrándome que Edu se había corrido con una contundencia brutal.

—No hago… nada, María —alcancé a responder, allí, arrodillado.

Se hizo un silencio. Me miró. La miré. Y finalmente preguntó, en tono bajo:

—Quieres… chupar…

No dije nada. Y ella insistió, con aquella voz tenue, pero ahora en un susurro de afirmación:

—Quieres chupar… eh… Cerdo…

Y no hizo falta que asintiera. Y ella susurró:—Chupa del tanga, si quieres. Pero no chupes de mí.

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