TANATOS 12

CAPÍTULO 9

María tenía ante sí al hombre que más la excitaba, al que más cachonda la ponía, pero a la vez un hombre que parecía que pocas veces y en pocos contextos podía soportar.

Ella bajaba de la mesa flanqueada por su novio mirón, aferrado a su minúscula polla, y por su antiguo jefe, que no solo contaba sus polvos como victorias, sino cada orden.

Al bajarse de allí su vestido se le escurrió, e hizo ademán de sujetarlo, pero finalmente lo dejó caer, hasta que éste voló liviano hasta abajo, hasta envolver sus sandalias. María se exponía, prácticamente por completo, y esta vez por decisión propia, dejando ver un mínimo tanga azul celeste de encaje, que era casi como no llevar nada. Sus nalgas tersas caían en forma de pera a ambos lados de la refinada lencería; que era elegante, y seguramente cara, pero tan provocadora que conseguía ser a la vez soez.

En sandalias de tacón negras y aquel tanga azul, salía del enredo de su vestido, al tiempo que Edu sacaba con menos gracia y más crudeza un pollón oscuro, pesado, impactante, que lucía tan contundente y devastador como la primera vez que lo había visto.

María se sacudió la melena, en una lucha de egos: tu camisa blanca, tu pantalón fino, tu pollón colosal… y mis tacones, mi tanga, mis pechos apoteósicos y mi melena densa cayendo por mi espalda. Al otro lado, yo, siempre aferrado a mi miembro minúsculo, queriendo que pasara todo y nada, buscando miradas de María, y comparando el porte y polla de Edu… con lo irrisorio que yo presentaba.

Edu no dijo nada de su tanga, de su culazo, de sus piernas largas y hasta especialmente esculpidas por los tacones; no mostraba impacto, y no se cortó en ordenarle que se arrodillase, pero ella le respondió inmediatamente, rebelde, diciéndole que se callara.

Los ojos de María iban hacia aquella polla que la tensaba, pero ella quería mandar:

—Ve a la cama —le ordenó ella a él, de forma extraña, como algo fuera de contexto, con falsa autoridad.

—Está ocupada por vuestros… fetichismos extraños —respondió él acabando de liberar también sus huevos, que caían también enormes.

María me miró a mí y le miró a él. Quizás a propósito, para comparar mi triste miembro con la grandiosidad oscura marcada por aquellas venas enormes, y aquel glande violeta que asomaba de su piel rugosa, ya brillante, húmedo… aquella punta gorda, aquella cabeza saliente, que seguro la intimidaba.

—Mira, María —dijo Edu—. Me la vas a comer aquí y me voy a ir a dormir, y después vais a dormir vosotros juntitos aquí y lo vais a arreglar.

—Ah, que lo tienes ya todo montado tú entonces… —dijo ella, algo burlona, girándose hacia él, dejándome ver más claramente su culo, sus nalgas, y la finísima tela azul que las delimitaba. Subida a las sandalias, con aquel tanga, su culo lucía más deseable que nunca.

Tras su réplica se dispuso a alargar su mano… para cogérsela… Edu la recibía, con sus brazos en jarra, sabedor de lo impresionante e intimidatorio de su polla, pletórico de ego, como siempre. Y ella, tensa, aunque fingiendo casi tanta seguridad como él… acabó por agarrarle aquel miembro que tantos orgasmos le había dado ya. La agarró con firmeza, sabiendo cómo tratarla. Y pareció, durante un instante, que jugaba a intentar rodearla con la mano, quizás excitándose al volver a comprobar que era imposible.

Pude sentir el calor en la mano de María, su sangre brotando, su miembro vivo, palpitante… y la dureza de aquel pollón que apuntaba en horizontal hacia ella. Yo resoplé al verla así y ella echó entonces aquella piel hacia atrás, lentamente, milímetro a milímetro, hasta descubrir por completo un glande rosáceo, anchísimo, y brillante por la humedad transparente. Pude hasta casi sentir el olor a polla que seguramente estaría inhalando María, por tener tan cerca aquella monstruosidad.

—Si bajo… ¿cuánto vas a durar? —quiso jugar ella.

—Poco.

—¿Por qué?

—Porque… vengo bastante cargado… —respondía él, que se arremangaba la camisa blanca mientras dejaba que ella le sacudiera la polla lentamente, llevando su delicada y fina mano hacia él y hacia ella, con un ritmo desesperadamente pausado.

—¿Sí? ¿No has… descargado últimamente?

Edu, que seguía con los brazos en jarra, dejaba que ella se la siguiera sacudiendo. María cambiaba de mano y volvía a intentar abarcarla, y movía su cuello aquí y allá, en un alarde, dejando que su melena se balancease por su espalda. Él, con el torso de ella al alcance de la mano, no sucumbía, y no se lanzaba a devorar aquellos pechos que buscaban provocarle. Daba toda la impresión de que ella quería incitarle para después decidir si aceptarle o rechazarle.

—No. No he descargado recientemente.

—¿Y la pelirroja esa?

—Nos hemos enfadado.

—Vaya. Qué pena… —murmuró María, moviendo otra vez su melena y llevando su dedo pulgar a la punta de aquello que estaba cada vez más húmedo y más duro.

—Ya ves…

—¿Que tal folla? —preguntó entonces, malhablada, sorprendiéndome.

Edu esbozó una pequeña sonrisa y dijo:

—Pues… Muy bien. Pero aún le falta. Promete, pero aún le falta.

—¿Qué edad tiene?

—No sé… veinte… veintidós… Lo que sí hace increíble es chuparla.

—¿Ah, sí? —preguntaba María, distante y buscando ser mordaz.

—Sí. Es una mamadora impresionante —le provocó él, retándola, y ella soltó aquel brutal aparato, mostrándonos a los tres que aquello ya apuntaba claramente hacia arriba.

Se hizo un silencio. Yo sentía que me faltaba el aire. Me moría de calor. Y fue María quién habló otra vez:

—¿La pones de rodillas a la cría esa… para que te la chupe? —preguntó María, y él no respondió. Y María le miraba… y se echó la melena a un lado… e inició un movimiento, con su lenguaje corporal garboso y exagerado… el movimiento de arrodillarse… y lo hacía luciéndose, gustándose, como si por hacerlo así fuera todo elegido y no obedecido, como si fuera digno y no denigrante.

Se arrodilló, sin mirarme, extasiándome… y yo tragué saliva y temblé… por verla así, arrodillaba ante él, con su polla frente a su cara… Y veía cómo ella pretendía retrasar el momento inevitable de llevársela a la boca, atusándose el pelo a un lado de su cuello. Yo veía su espalda larga y su culo atrayente y Edu alzó entonces la mirada, y me espetó:

—¿Qué tal, Pablo?

—Bien… —dije en un hilillo de voz, y volví a repetir la misma palabra, pues pensé que quizás no me había oído, y me sentí ridículo.

Di un par de pasos laterales, para ver mejor, y lo hice torpemente, con mis pantalones en mis tobillos, y aún me sentí más esperpéntico.

La imagen de Edu, completamente vestido, moreno, alto, con aquellos ojos azulísimos que podían atravesarte, y con aquella polla excelsa sobresaliendo de él… y con María arrodillada allí… me mataba. Me excitaba. Me hacía temblar. Tanto que hasta casi dudaba en apoyarme en la cama, en sentarme. En verles. Más sereno. Pero no me moví.

Y María llevó entonces una de sus manos al muslo de él, sobre el pantalón, y la otra la llevó a su melena, de una forma extraña, como pretendiendo que se haría una cola, pero sin hacerla; y así, con una mano hacia adelante y otra en su pelo, se inclinó hacia aquello, y sacó la lengua, y fue hacia aquel tronco rudo, duro, oscuro, y posó allí sus labios húmedos y comenzó a besar aquel tronco que no terminaba, sin ayudarse de las manos.

Besaba su pollón, como si su boca y su miembro se entendieran mucho mejor que sus dueños. Y sacó otra vez la lengua y fue a por él, y es que no se demoró en lamer aquel glande, consiguiendo así que él jadeara por fin. Y ella, tras aquel jadeo que era un pequeño triunfo, retiró su lengua, apartó su boca, se colocó mejor, se atusó más el pelo y, marcando los tiempos, creando ansia en él… se la metió en la boca, de golpe, toda la punta, llenando toda su boca de aquel glande chorreante, provocando en Edu otro jadeo, más sonoro, que la motivaba para llevar su cabeza adelante y atrás, en movimientos exageradísimos, tanto que levantaba y bajaba su polla en un vaivén forzadamente excesivo.

Edu me miró entonces, con sus ojos entrecerrados, y yo sentía que me quería hacer partícipe, que quería consolidar aquello, oficializarlo. Y llevó sus manos a la melena de María, enredando sus dedos en ella mientras ella seguía chupando, y la provocó entonces de forma extraña:

—Qué pelazo tienes, cabrona. Tetas… pelo… Qué cargadita vas de todo…

María miró hacia arriba, con su polla en la boca, sorprendentemente juzgada, pero no se detuvo, y siguió afanada, y volvió su mirada al frente, y el sonido de la mamada se hacía cada vez más notorio.

También era todo cada vez más caliente. Más líquido. Era un sonido acuoso, constante, soez, mojado, que resonaba por toda la habitación. La mamada de María era espectacular, si bien solo alcanzaba a meterse en la boca el glande, y ya aquello la exigía bastante. Incluso a lo ancho, apenas la podía abarcar.

Ella inhalaba y expulsaba aire por la nariz, cosa que también se escuchaba de forma rítmica, y no llegaba a ser un gemido, pero plasmaba su entrega y su agitación.

—Así me la comió. Tal cual —dijo Edu, intentando no respirar entrecortadamente a pesar del trabajo brutal que ejecutaba María.

Yo, sujetando mi miembro lagrimeante por la base y sin saber qué hacer con la otra mano, le escuchaba:

—Bueno, en el trayecto, en el coche, ya me iba echando la boca a la polla —continuaba Edu, serio, que acompañaba el movimiento de la cabeza de María, adelante y atrás, con una de sus manos… e iba alternando la mano, haciendo casi ademán también de mover él su cadera adelante y atrás, siguiendo su cadencia.

—Y después ya en casa… —prosiguió—. Bueno, digo que me la chupó así, pero estábamos bastante más sucios que ahora, sobre todo ella, entre el barro y demás… Estabas hecha una mierda, ¿a qué sí? —le preguntaba, burlón, mientras ya casi le follaba la boca, y le acariciaba la cara, y ella, con los ojos cerrados, seguía chupando, adelante y atrás, mientras tenía que escuchar cómo él se regodeaba por lo sucedido quince días atrás.

Edu me hizo entonces un gesto para que me acercase. Y, no sin dificultad, me deshice de mis pantalones, calzoncillos y zapatos; y, sabedor de que desde más cerca el impacto iba a ser tan impactante como terrible, me acerqué.

Justo cuando llegué a ellos bajé mi mirada hacia María, la cual, con los ojos cerrados, se restregaba la punta de su pollón por sus labios. Mi corazón dio un vuelco al ver, desde mi nueva posición, cómo todo era más guarro y más líquido, pues el escote de María estaba empapado de líquido preseminal y de su propia saliva… Y una de sus tetas brillaba y lucía empapada… con su piel, pezón y areola erizadas, por tanta acuosidad espesa vertida sobre ella.

Aún intentando digerir aquella imagen tan morbosamente vulgar, escuché a Edu multiplicar la vulgaridad:

—Te encanta una buena polla gorda… a que sí…

María no respondió, y él insistió:

—Métela en la boca y di que sí.

Y ella se metió de nuevo el glande en su boca, y miró hacia arriba, hacia él. Y no tenía forma de articular palabra con aquel pollón ocupando su boca… y asintió. Asintió dos veces, lentamente, con su pollón en la boca, y mirando hacia arriba. Con aquella teta pringosa… y aquella mirada… y yo no pude evitar sacudir un poco mi miembro y tuve que apretarme para no correrme.

—Y… —prosiguió él—. ¿Te gusta que se corran en tu boquita? —preguntó, serio.

Y ella volvió a asentir, con su polla en la boca, lentamente, sin parpadear, hasta tres veces.

—¿Y en tus tetas?

Y ella volvió a asentir, arriba y abajo, en movimientos pronunciadísimos, largos. Allí, humillada, con su pollón en la boca, respondiendo así a sus preguntas obscenas.

—¿Quieres que… me corra en tu cara…?

Y ella inició un movimiento, hacia arriba, como para asentir y yo creía otra vez que me corría, y después siguió el movimiento hacia un lado, trazando un semicírculo que parecía terminar en un “no”.

—¿No quieres que descargue mis huevos en tu cara? —dijo entonces él, especialmente soez.

Y ella no movió la cabeza, ni negando ni asintiendo, solo le miraba, de una manera especialmente cruda e intensa. Le lloraban los ojos, casi sin pestañear, como si estuviera ida y a la vez sintiendo con más intensidad que nunca.

—Joder… —dijo Edu entonces—. Esa mirada me suena ya…

Y yo supe que esa última frase me la decía a mí, que me decía que esa mirada, y esa María humillada, pero a la vez gustándose, necesitaba de mí, de mi presencia. Que sin mí estarían follando sin más y que eso a él no le llegaba. Lo que yo no sabía era si María pensaba lo mismo, si había llegado también a aquella conclusión.

María abandonó entonces aquel tronco empapado y se inclinó aún más, más abajo, más hacia él, ofuscándose, metiendo la cara bajo aquellos huevos enormes, lamiendo allí abajo, otra vez sin usar las manos. En una imagen otra vez potentísima y entregada que hacía que mis piernas tiritasen.

Edu acariciaba su cabeza, jugueteaba con su pelo y se dejaba comer los huevos mientras su pollón palpitaba goteante, a veces tropezando con la cara de María. Y prosiguió con su confesión:

—¿Y qué pasó después…? … Creo que me dijiste… que querías que te follara en el sofá, pero estabas llena de barro, joder. Y te dije que me iba a la ducha. Y viniste detrás. Y me desnudé y me metí en la ducha, y tú allí de pie, toda sucia, con una pinta de guarra lamentable… diciéndome… “qué pollón tienes…” ¿Te acuerdas?

María no respondía y metía uno de sus huevos en la boca y tiraba un poco de él, y después del otro. Aguantando aquella humillante narración.

—Después le cuentas tú qué pasó en la ducha —continuó—. Que hasta te pusiste… melosa, ¿te acuerdas? Que decías… ¿Cómo era eso que decías? … Creo que era… “enjabóname las tetas” —sonrió Edu— Que te quedó adorable y todo.

María aguantaba sus frases y seguía sacando su lengua y chupando de aquellos huevos… implicada… entregada en su vergonzosa pero voluntaria tarea… y fue finalmente Edu quién le apartó un poco la cara, con sutileza, para hablarle:

—¿Te acuerdas sí o no?

Y María, arrodillada, llevó sus dos manos a su polla, una delante de la otra, intentando cubrirla entera sin conseguirlo, y negó con la cabeza.

—¿No? —dijo Edu—  Y después… besándonos en la ducha… Aquello que me decías al oído toda cerda… aquello de… “lávame el coñito” o… “lávame el coño” ¿no te acuerdas de eso tampoco?

—No… —respondió, pero su palabra no sonó demasiado sólida… y se apartó, visiblemente desesperada y pronunció, otra vez sin demasiada consistencia un: “Cállate… y córrete ya”.

Edu se separó entonces un poco más, de tal forma que ella quedaba ridículamente sola, allí arrodillada, con sus tetas bañadas, su escote brillante, sus labios húmedos, sus mejillas ardientes y su mirada llorosa. Y dijo él:

—Ahora arregláis lo vuestro, pero al revés. Primero vais a follar y después lo habláis.

—Estás loco… —protestó María, en un hilillo de voz. Seguramente en el fondo decepcionada porque Edu la abandonase, dejándola así.

—No. No estoy loco. Métesela en la boca —dijo. Diciéndomelo a mí. Y me sobresalté.

María no dijo nada, pero parecía odiarle con la mirada, pues le miraba a él, y no a mí. Y yo no sabía qué hacer. Estaba nerviosísimo, pero aún más excitado. Temía un desplante terrible de María. No sabía si debía o no. Me acerqué un poco a ella, por si María me daba alguna pista de si estaba autorizado… pero no hizo gesto alguno.

—Vamos. Métesela en la boca —repitió él, agarrando entonces su miembro… y yo me aproximé más… y me incliné hacia ella, atacándola por un lateral, dejando que ellos se mirasen y retasen frente a frente, y llevé la punta de mi polla, empapadísima y dura… hasta sus labios. Y ella no abría la boca, ni cerraba los ojos, y llevó entonces su dedo pulgar e índice de una mano a mi miembro… lo sacudió mínimamente, y, mirándole a él, se la metió en la boca hasta el fondo.

Sentí un calor inmenso, cerré los ojos y jadeé desvergonzado un “¡Ohhhh…! ” Que resonó, rebotando por las cuatro paredes. Sentía la lengua de María moviéndose ávida e implacable, golpeando mi miembro, y abrí los ojos y comprobé cómo ella me la comía, de medio lado, pero mirándole a él.

María liberó su mano y me la empezó a chupar en un balanceo increíble, solo con su boca, y yo, al cuarto o quinto vaivén, tuve que recular y salirme de ella de forma abrupta, para no explotar.

Ella, al ver que yo me apartaba, se puso en pie y dijo:

—Ponte el arnés entonces.

Pero Edu, que había soltado su miembro, la quiso reconducir:

—No, no. Sin juguetes… raros… Os tenéis que reconciliar… No sé cómo decirlo… Siendo vosotros… En esencia.

Y yo entendí el juego macabro que pretendía.

María entonces, matándome, apartó las dos camisas y el pantalón de la cama, echándolo todo a un lado de la misma. Y se subió a la cama, se colocó a cuatro patas, dándome la espalda, y, mirando hacia Edu, dijo:

—Pues venga.

Yo miraba aquel culo impresionante de ella, sus sandalias de tacón clavadas en la colcha, su tanga minúsculo azul, sus tetas colgando de su torso… y cómo miraba a Edu, y entonces él le dijo:

—Métete los dedos en el coño.

—¿Para qué? No hace falta —protestó ella.

—Ya hay… ¿hueco? —preguntó Edu.

—Ya ves que no hace falta mucho hueco —zanjó ella, girando su cabeza, hacia atrás, hacia mí, destrozándome.

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