MOISÉS ESTÉVEZ
Cerca de una hora estuvo revisando el dormitorio de Sarah, un
dormitorio bastante impersonal, por cierto, lo que no le extrañó mucho a tenor
de lo que los padres le habían contado de ella.
Nada de fotos, carencia de recuerdos, unos recuerdos representados
por objetos que la mayoría de nosotros solemos coleccionar a lo largo del
tiempo en nuestro reducto habitacional. Efectos que guardamos muchas veces
por lástima a que sean arrojados al cubo de la basura, sinceramente, puesto
que los mejores recuerdos los tendremos siempre en el pabellón mental que
tenemos dentro del cráneo. Todo lo contrario, una cama sobria, paredes vacías,
salvo un par de estantes con un par de libros, una vela en el alféizar de la
ventana, un escritorio que sin ordenador había quedado completamente
huérfano, y la ropa, toda guardada en un desolado armario y una vieja cómoda.
- la ausencia de todo tiene que llevarme a algo – pensó.
Cuando terminó, había consumido el tiempo de la mañana, por lo que la
idea de acudir al trabajo de Sarah la pospuso para la tarde. Los padres le
comentaron que seguramente encontraría a alguien allí hasta las cinco, ya que
esa era la hora a la que ella solía llegar a casa, y raramente se entretenía
cuando salía de la oficina.
Tenía hambre, por lo que antes de subir a ver al capitán para darle
novedades almorzó en el Deli & Grocery que solía frecuentar. Sopa, arroz con
verduras y una Coca-cola zero. Pidió que le pusieran lo que le sobró para llevar
más un par de cafés, por si se cruzaba con caracortada…