ROCÍO PRIETO VALDIVIA

Fue ese verano cuando la conoció, ahí estaba ella observando como el viento movía las jarcias, y el tomaba fotografías del buque escuela de la Armada Nacional. Ambos decían que había sido una casualidad haberse vuelto a encontrar por los 0grandes pasillos de ese establecimiento comercial.

Habían pasado los meses desde su repentina separación. Y Antonio aún la extrañaba.

En aquella habitación dónde tantas veces la hizo sentir feliz aún quedaba su aromática fragancia a lavanda, su risa cómo un himno de alegría. La música de sus pasos. Antonio quería devolver el tiempo atrás, sentir su voz pegada a su piel. Pero ya era demasiado tarde lo supo la tarde en que la vio salir del mercado con una recién  nacida en los brazos. La mujer demostraba una felicidad, le hablaba a la criatura con  mucha dulzura, sus cabellos alborotados, su  antes menuda figura, ahora tenía unos kilos de más producto de su reciente alumbramiento. Antonio  La vio marcharse y mientras hacía sus compras en el súper mercado donde había conocido a Rebeca ahora  le parecían un laberinto sin retorno todos los recuerdos junto a ella.

 Los pasillos del establecimiento le parecieron infinitos, las latas de elote le sonreían con una sonrisa macabra, toda aquella felicidad que antes sentía al recorrerlos se había esfumado en escasos cinco segundos en que vio a Rebecca con la niña, era cómo si todo si mundo se derrumbará en escasos 5 segundos. Lo que Antonio no sabía era que aquella criatura era su hija.

La pequeña Antonieta tenia la piel blanca, los ojos pequeños, el cabello color dorado, y las entradas del padre, la sonrisa era de su madre, había nacido durante el inverno, su madre no le había dicho a su padre del próximo nacimiento de ella. Ni quería hacerlo, para que  hacerse nuevas heridas si el hombre que amaba le habría sido infiel con la flaca como el llamaba a su amiguita en turno. La flaca  o Laura apareció  en sus vidas una mañana de primavera mientras Antonio y Rebeca desayunaban en un restaurante muy cercano al departamento de Antonio.

En cuánto Antonio la vio un ligero nerviosismo se hizo presente, Rebeca fingió no darse cuenta del todo. La mujer que tenia la sonrisa mas deshabitada se acercó a la pareja y los saludo. Antonio quería  que la tierra se lo tragara,  sabia  que la presencia de Laura podría echar a perder su relación con Rebeca, durante años  había tenido dos mujeres a la vez, era de esos hombres de los cuales el sol sale dos veces  al día.  Y  argumentó querer ir al sanitario.  Laura ya lo había amenazado en caerle cuando estuviera  con Rebeca  su error fue dejarlas a  solas.

Laura asestó la puñalada sin ningún recato

—Eres más bonita de lo que había imaginado. mientras le daba un sorbo al café de Antonio. Y sin quitarle la mirada de encima.

— Pensé que sólo eras otro de sus caprichos.

Rebeca intentó guardar la compostura y limitar los comentarios de Laura.

—Perdón, no sé  a qué se deba tu comentario, sé que trabajas en la misma oficina de Antonio. Laura se sentio una idiota por la serenidad en que Rebeca le contestó y asestó la segunda puñalada contra su contrincante.

—Qué  Antonio te explique,  replicó la mujer segura de si misma. — vamos a ver si puede hacerlo.  El silencio

Se hizo eminente dentro del vientre de Rebeca la criatura dio su primera patadita y en la bolsa de la madre un sobre blanco con el membrete de los laboratorio Loya anunciaba su llegada.

Los minutos pasaron y Antonio volvió del sanitario. Rebeca le dijo que había recibido  un mensaje urgente del trabajo  y enseguida pidieron la cuenta.  La  mesera les  trajo la cuenta. Laura con una sonrisa de triunfo se  le quedó mirándolos fijamente a ambos pero en especial  a su amante, a su Antonio  y el nerviosismo de él le dio la razón a Laura. Mantenían algo más que una relación de trabajo.

Los días siguientes Rebeca no le contestó el teléfono, ni lo hizo nunca más era verano cuando aquello sucedió y el le había prometido llevarla a ver el buque escuela. Pero esto no fue posible y después de ese día  ya no hubo más  prisas  para Rebeca  por las mañanas de los martes, ni sus pasos se escucharon en la duela de la cocina. Antonio no la vio ensanchar sus caderas, ni cómo aquellos  cántaros que lo volvían loco escurrían miel, no vio a su hija en la ecografía, ni escuchó  su corazón latir junto a su madre. Y mientras Antonio avanzaba con el carrito en el supermercado y sus recuerdos felices le dolían.

Cercana a la orilla de la  playa Rebeca  miraba  que  las jarcias se movían a voluntad del viento  del buque escuela ese verano por primera vez no estaba sola.

En sus brazos ella arrullaba al fruto de su amor con aquel hombre que había cambiado  su felicidad por un desliz. Mientas a lo lejos se escuchaba la canción de no debes tener dos amores y el sol se ocultaba en la bahía.

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