C.VELARDE

24. EL PRIMER ORAL

JORGE SOTO

Jueves 15 de diciembre

18:09

—¿Dónde está Livia, Jorge? —me preguntó Leila entrando con grandes zancadas a mi área de trabajo. Raro se me hizo que me dijera “Jorge” y no “Zanahorio”. Se la veía enfadada—. Llevo esperándola en mi cubículo desde hace un montón de rato para entregarle una nota que me solicitó y ni siquiera responde a mis llamadas. ¿Dónde está?

Patricio levantó una ceja y la observó con desdén a través de sus anteojos redondos. Fede, en cambio, se incorporó encantado y fue detrás de ella.

—Hola, bonita —intentó saludarla abrazándola por detrás.  

—¡Ahora no, Fede, no seas fastidioso! —lo rechazó, para sorpresa de Fede que, ridiculizado, volvió a su cubículo. Sentí pena por él—. Y tú, princeso, ¿me dirás dónde está?

—Pareciera que tú fueras la novia y no yo —me encogí de hombros—. Está allá adentro, con Aníbal —le señalé la oficina del fondo.

—¿Tanto rato lleva metida allí?

—Me temo que sí —contesté, regodeándome en su exasperación—. Si tienes que entregarle algo a “tu jefa” Livia pues sólo queda que te largues a tu silla y la esperes sentada. Ah, y por favor, no le vuelvas a gritar a Fede en mi delante.

Leila miró a su novio al darse cuenta del trato que le había dado, y, aunque seguía enfadada, fue hasta él para darle un beso y disculparse.

—Lo siento, gordito hermoso —le dijo.

—No pasa nada —contestó Fede sonriéndole con dificultad, mientras la chica le volvía a besar en la boca.

Pato tuvo que bajar la mirada hacia sus documentos para evitar verle las bragas a Leila, cuya falda era tan corta que se le veía todo, sobre todo cuando se alzó de puntas para alcanzar a su novio que estaba del otro lado de su escritorio. Me pregunté si lo había hecho a propósito para que Patricio tuviera las mejores vistas de su culo.

—¿Me perdonas gordito? —le dijo ella con una voz mimosa que me recordó a Livia cuando intentaba persuadirme.

—Yo sé que estás estresada, bonita, no te preocupes —la dispensó Fede encogiéndose de hombros. Me vi reflejado en Fede y me pregunté si así de imbécil me veía yo cuando exculpaba las locuras de mi chica.

—Esta noche te compensaré, ¿vale mi amorooo? —le prometió Leila con una intencionada voz de puta barata—: voy a atarte a la cama con tus orejitas de cerdito, y te haré todas las cositas ricas que tanto te gustan y que hacen que brames como tortuguita.  

Fede tosió de vergüenza mientras Pato se cagaba de la risa tapándose la cara con los folder. Miré a hurtadillas hacia donde estaba el hipster y compartí mi risa con él.

—A ver si paran de reírse, par de envidiosos —nos regañó Fede, rojo como tomate cuando su novia se marchó. Me pregunté si el pobre ingenuo no se daba cuenta de que lo único que hacía su “novia” era ridiculizarlo frente a nosotros—. Ya quisieran tener una mujer como Leila a su lado.

—Uy, sí, sí —se burló Pato a risa suelta—, cómo envidio no tener una novia que me ponga mis orejas de cerdito y que me haga bramar como “tortuguita”.

Ambos continuaron inmersos en una divertida discusión mientras yo miraba hacia el fondo, justo en la puerta del despacho de Aníbal.

La puerta estaba cerrada con seguro desde hacía casi una hora, a juzgar por lo que había dicho Lola cuando intentó entrar sin éxito. Ella se devolvió a su despacho y yo continué con lo mío. ¿De qué tanto estarían hablando para que tardaran tanto? Livia había llegado como a eso de las cinco de la tarde para agradecerle a mi cuñado el asunto del vehículo. Y ya pasaban de las seis. 

Aníbal me había puesto a descargar de la página de gobierno una serie de documentos que me habían tenido bastante atareado toda la tarde. Además, tenía más de un mes intentando cumplir una tarea especial que me había encomendado:

—Tengo un trabajito para ti, cuñadito.

—¿De qué se trata?

—Necesito que investigues algo que me ayude a nulificar a Cerdinia de la contienda.

—Carajo, Aníbal, ¿en serio pretendes ganarle a Olga por la mala?

—¿Y desde cuándo en la política se juega limpio?

—A ver, Aníbal, esto es un poco arriesgado.

—¿En serio te vas a negar a ayudar a tu cuñado favorito?

—Si eres el único.

—Con más razón.

—Pero ¿qué clase de información quieres que te busque?

—Cualquiera que propicie un escándalo que la desprestigie. No sé, investiga si le pone los cuernos a su marido, si tiene videos porno en la red. Si vende drogas o le gusta aplastar gatos en la calle. Qué se yo. Ingéniatelas.

—Vale. Pero no te prometo nada.

—Haces bien, porque no me gustan las promesas (suelen incumplirse) a mí lo que me gusta son los hechos. Así que anda, cachorrito, a trabajar.

Y heme allí, rezando para que a Aníbal se le olvidara el trabajito que me había encomendado semanas atrás. Olga Erdinia era una mujer intimidante y de mucho respeto; reacia, con carácter, astuta e incomparable. En las últimas entrevistas a la prensa, Erdinia había aplastado a mi cuñado con argumentos de política progresista muy bien sustentada. Además de recta y con una moral intachable era lista. Su único problema era su inclinación a la política de izquierdas, algo con lo que yo no comulgaba por mi crianza más tradicionalista. De cualquier manera, yo sería incapaz de hacer algo que la pusiera en entredicho, sin quitar de lado el horror que me daba conocer las consecuencias si algo salía mal. Al cabrón de mi cuñado todo se le hacía fácil.

Una noche, sólo para reírme un rato, valiéndome del curso de diseño que había tomado a principios de año, bajé una foto de Erdinia de la red; cambié su postura a otra posición y del cuello hacia abajo incorporé el cuerpo de una actriz porno madura a la que le enredé una bandera del partido Alianza por México. Quedó tan bien hecha que cualquier la habría dado por válida. Recuerdo habérsela enviado a Aníbal por correo sólo para molestarlo, pero ni siquiera lo había tomado en cuenta.

A las 6:30 de la tarde Livia salió del despacho de mi cuñado sujeta de su brazo: ambos se sonreían y conversaban como si se conocieran de años. Ella se acercó a mí para darme un pico en los labios, saludó a Fede y a Pato y luego se marchó a su oficina, mientras Aníbal observaba con seriedad cómo aquella preciosa mujer desaparecía por el pasillo.

—Pensé que Aníbal no te caía bien —le comenté mientras volvíamos en el volvo a casa.

—Pues ya ves —me sonrió, poniéndome su mano en mi entrepierna, cosa que me estremeció—, al final resultó ser un tipazo. Lo que pasa es que no lo conocía tan bien. Ya aprendí a no juzgar a nadie sin conocerlo. Es un hombre… interesante.

—Sí, bueno —me incomodé—, igual tardaste mucho rato dentro, ¿de qué tanto hablaron?

—De ti, de mí… de sus hijas; incluso de Raquel y su enfermedad. Pobre de Aníbal, ha padecido tanto.

Tragué saliva. ¿Ahora se compadecía de él?

—Es un hombre muy culto y atento —continuó, frotándome el bulto que, sin querer, se me había puesto duro por sus caricias. Nunca lo había hecho. Mucho menos mientras conducía—. Quedé impresionada por la forma en que se expresa, su madurez, seguridad, su poder de convencimiento, su firmeza, su intelecto, sus formas tan galantes…

—Carajo, mi ángel: si no supiera que es mi cuñado y que durante muchos años ejerció casi de mi papá… me pondría celoso, ¿eh?

Livia se echó a reír como si fuera divertido.

—Anda, tonto, que podría ser mi padre. Bueno, ya llegamos. A espabilar.

Entramos a casa, cenamos pollo frito que compramos en una tienda de comida rápida y luego nos fuimos al cuarto.

—¿Y bien, Livy? —le pregunté entusiasmado—. ¿Cuál será mi regalo de mes de aniversario?

—Esta noche te voy a chupar la verga, papi —me dijo empleando toda la lascivia y obscenidad que pudo contener en la voz.

Al instante sentí que mi corazón saltaba de placer, ¿Livia había dicho “verga” y “papi” en el mismo enunciado? Tanto fue mi asombro por sus palabras que me quedé quieto, viendo cómo Livia iba por su bolso, mientras me decía:

—Quítate los pantalones y los bóxer, guarro.

—¿Qué…? ¿Qué me…?

—Que te quites los pantalones y los bóxer, que te tengo una sorpresita.

Sin demorarme un segundo hice lo que mi novia me pidió, esclavo de su belleza. Con torpes movimientos me despojé de la ropa y esperé a que Livia sacase del bolso eso que con tanto esmero buscaba. Aproveché su retardo para quitarme de una vez la camisa y quedar tendido sobre la cama, apoyando mi espalda en el respaldo, completamente desnudo y con mi rabo empalmado en mi mano.

—Hey, no, eso sí que no, pequeño golfillo —me regañó desde la esquina de la cama, tirándome un calcetín hecho bola en mi cabeza—: ya sabes lo que pienso sobre que te masturbes, que luego no me rindes igual y me dejas a medias.

—Como ordene mi ama —contesté levantando las manos con una sonrisa, ante la expectativa de lo que vendría.  

Cuando menos acordé, Livia me mostró, coqueta, un frasco de plástico que, según leí en la etiqueta, contenía chocolate líquido, y cuando deduje lo que haría con él, mi pene volvió a saltar de calentura.

Esta vez evité masajearlo para no contrariar a mi hermosa novia. Tragué saliva y tocó esperar.

Livia se subió a la cama y se acercó a mí gateando, puso el frasco sobre las sábanas y aprovechó sus manos libres para quitarse la blusa. Cuando se desabrochó el sujetador, aparecieron sus dos descomunales pechos ante mí, decorados por un par de erectos pezones que se erguían sobre sus dos magistrales aureolas rosadas. 

Livia acomodó una almohada sobre su abdomen, y luego se inclinó hasta mi sexo. En esa posición abrió el frasco y, elevándolo a una gran altura, dejó caer un gran chorro de chocolate líquido sobre mi endurecida polla, que empapó la punta, el tronco y hasta mis testículos, escurriéndome incluso hasta la altura de mi esfínter.

—Ahhh, mierdaaa —me estremecí formando un gesto de placer.

La sensación de tener sobre mi pene y huevos un líquido espeso y acuoso fue bestial, pero ver cómo la boquita de labios mullidos y pintados con rojo se acercaba a la punta de mi pene fue glorioso.

Tuve que cerrar los ojos al sentir el calor de su boca cerrarse sobre mi pene, chocando contra su cálido paladar y su esponjosa lengua. Lo engulló lentamente, lamiéndolo con suavidad y luego la sacó. En seguida noté otro chorro de líquido sobre mi piel, y esta vez sentí la húmeda lengua de Livia chupándomela desde la base, como si fuese una paleta a la que quería quitar el chocolate. Noté una de sus manos cerrarse sobre mi polla y de nuevo su lengua me serpenteó en mi circunferencia, profiriendo un gemidito despacioso y erótico.

Sentí que se me estiraban los tendones de las piernas, que un hormigueo intenso desde mis testículos y hasta mi pelvis me dominaban, y que un fuego profuso quemaba la totalidad de mi cuerpo.

—Que rico —oí decir a Livia.

Pronto chupó mis ingles y luego mi abdomen. Al poco rato esparció el chocolate con sus manos hasta la mitad de mis piernas. Y me las lamió. Su lengua se desplazó centímetro a centímetro hasta dejarlas limpias.

Yo no pude dejar de gruñir, excitadísimo. Nunca antes había sentido una sensación tan placentera como esa. De un momento a otro volví a sentir su boquita mamándome la polla, y al abrir los ojos por poco me corro de sólo ver a Livia con la boca, mentón, comisuras y cuello embarrados de chocolate, sino mirándome a los ojos.

Fue brutal ver las tetas de mi novia aplastadas casi contra las sábanas, mientras mi pene desaparecía dentro de su boca poco a poco. Si se notaba la poca experiencia yo no lo advertí; con la insensibilidad de mi glande cualquier tacto era feroz.

—Livia… ¿cómo aprendis…?

—Calla y disfruta, guarro —dijo ella con inédita voz. Volvió a meter mi polla dentro de su boca y esta vez entre abrió mi prepucio con la punta de su lengua, dando pequeños lengüetazos a mi sensible glande casi al tiempo que yo me estremecía sobre la cama, bramando de placer como perro atropellado.

Sudé frío, hice puños mis manos sobre las sábanas y las apreté con fuerza para mitigar tremendo dolor y placer que me estaba causando la boquita de mi novia mientras acariciaba mi glande con la punta de su lengua. 

—¡Livy, Livy… me matas, me mataaas! —grité, llevándome una almohada a la cabeza para detonar mis tremendos gritos.

Me retorcí en la cama a cada lengüetazo en mi glande y ella siguió sodomizándome, estirando todo lo que podía mi prepucio, al menos para conseguir introducir su lengua sobre la punta de mi capullo, que estaba sensible, terriblemente sensible.

El placer era incluso doloroso, dominante, imposible, épico.

—¡Li..vi..aaa! —mis gritos eran ridículos, intensos, mientras mi cuerpo sufría dolorosos espasmos que, a su vez, me fascinaban.

Y ella se reía, demoniaca, maligna, haciéndome suyo sin reparos: me la estaba chupando como si quisiera matarme, hundirme en el infierno y luego resucitarme. Cuando escuchó un grito feroz venido desde mis entrañas, con mi corazón casi detonándome por dentro, se compadeció de mí. Me la dejó de chupar y me puso un condón.

No pasó mucho tiempo desde que se trepó sobre mí, se enterró mi pene entre su delicioso coñito y comenzó a cabalgarme, con los ojos cerrados. Como si no quisiera verme. Sus tetas se bamboleaban mientras se echaba el resto de chocolate sobre ellas. Con ambas manos repartió los restos del líquido por sus aureolas y pezones, los cuales retorció, hasta que gritar de placer.

Movía sus caderas con ímpetu, en círculos, como queriendo restregar mi pene completamente por toda la circunferencia de sus paredes vaginales.

—¡Ahhh! ¡Ahhh! ¡Mhhhgg! —gemía.

Continuó amasándose los pechos hasta llevarse los pezones a la boca. Mordió primero el izquierdo y lo mantuvo un buen rato entre los dientes, estirándolos y jadeando. Lo soltó y pronto su gordo seno rebotó sobre su pecho. Finalmente mordió su segundo pezón y de nuevo lo mantuvo un buen rato entre los dientes, pero esta vez lo chupó con sus labios, lamiendo el chocolate hasta que la parte de su pezón y aureola quedó dejó limpia. Lo soltó y la teta rebotó otra vez en el pecho.

—Ammm, ¡Ahhhh! ¡Mmmg!

Escucharla gemir de esa manera provocó que mi simiente ascendiera hasta la punta de mi glande. Y allí me concentré mirando cómo mi Novia volvía a jadear mientras se amasaba con ímpetu ambos pechos. Su respiración era agitada, sus ojos perdidos, sus labios apretados, luego mordiéndoselos.

Viendo esa escena tan cachonda, en conjunto de los asombrosos movimientos pélvicos que hacía sobre mis mulsos, me corrí en el condón a los pocos segundos. 

—¡Livyyy!

Mi novia entendió la referencia. Ya éramos tan cómplices en la cama que ahora era capaz de interpretar mis gritos y gemidos. Abrió los ojos. Me sonrió con malicia y continuó moviendo las caderas encima de mí, matándome de placer, exprimiéndome los huevos hasta más no poder. 

—¡Ahhh, Livy, Livy… ya… yaaa!

Y esta vez me hizo caso. Se inclinó sobre mí, sin sacársela del coñito, y nos besamos, restregamos nuestros cuerpos desnudos y nos friccionamos. Livia jadeaba y jadeaba, absorta del mundo, dejándose llevar. Y terminamos completamente embadurnados de aquél líquido por un buen rato, ella tumbada sobre mí, sin darme cuenta que ella no se había corrido.

—Ufff, Livy, has estado espectacular —quise quitar hierro al asunto mientras le acariciaba sus largos cabellos, que se pegaban a su espalda por el sudor y el chocolate que le había llegado hasta atrás.

—¿En serio?

—Sí, amor. Sentí morir de placer.

—Yo también la pasé muy bien —dijo, incorporándose, aunque evitó hablarme sobre el asunto de que no se había corrido—, mientras me baño por favor quita las sábanas y las fundas de las almohadas, que hemos dejado un desastre.

Nos echamos a reír. Encima eran blancas.

—¿Así que así se siente cuando te la chupan? —dije a nadie en especial—. Uuuf, por Dios, Livy, debiste ver tu carita. Te juro que la tenía tan dura que por un momento creí que no te cabría en tu pequeña boquita. Sin embargo te la comiste toda. Casi sentí la campanilla de tu garganta.

Ella se había levantado con una sonrisa, contoneando su inmenso culo mientras caminaba y se dirigía al baño para ducharse.

—¿Por qué pensaste que no me iba a caber en la boca, bobo? —me preguntó antes de cerrar la puerta—. Ni que la tuvieras tan grande.

Su comentario hizo lo que la arena al fuego: apagarlo, por lo que el poco furor que me quedaba en el cuerpo se extinguió abruptamente. Su comentario me avergonzó tanto y me hizo sentir tan mal que ya no pude hablar.

Estaba intentando coger sueño cuando escuche la típica vibración de un teléfono. No era el mío, porque yo siempre lo tenía con sonido. Mientras oía el agua caer desde la regadera, me levanté como resorte y busqué en el bolso de Livia. Desde hacía tiempo que le había puesto clave táctil a su móvil, pero eso no impidió que pudiera leer la previsualización de la pantalla:

Número desconocido

K tal preciosa espero le haya gustado mucho el chocolate a tu noviecito jajajajaja

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