ANTONIO LÓPEZ VALLEJO
La otra noche, inspirado por el escrito de una amiga, nacieron estas palabras, que no llegan a ser un poema, que apenas son un pensamiento, una imagen trasnochada y febril:
¡REMA MARINERO!
Que al final del día
Cuando se acaba el mar
Se terminan las olas
y el viento se para
Te espera la calma de la playa
El descanso de la arena
Y el abrazo del hogar.
¡REMA MARINERO!
Que al final del día
Cuando las nubes se vuelven
Del color de los sueños
Allá en el hogar te espera
La mujer, la compañera,
La amante…
Y en esta tarde de domingo, demostrando que el mundo es redondo y no para de dar vueltas, inspirado en las palabras de arriba ha nacido este pequeño relato, que quiere ser una oda a un marinero de vida larga y memoria punzante.
Mariano y su barca:
Amanece un día más en Puerto Melancolía, y Mariano, como cada mañana, está esperando el sol junto a la ventana, con una taza de café humeante atenazada entre sus manos arrugadas, y con las mismas tareas de siempre esperándole junto a la playa, donde repasará las redes y, antes de subir a su barca, mirará al pueblo y se santiguará. Una vez embarcado pondrá rumbo a un horizonte plateado y ondulante cuya búsqueda no parece tener fin, ni en el espacio ni en el tiempo.
Los marineros más jóvenes, que viajan en barcos más grandes, con motores más ruidosos y mayores expectativas y necesidades, lo saludan cuando pasan junto a él y su barca. En el pueblo y en el mar todos lo conocen, y saben que Mariano no es solo Mariano, Mariano es Mariano y su barca.
Él saluda a todos con un gesto huraño que no llega a ser sonrisa, sin perder nunca de vista el horizonte, con el rumbo siempre puesto en esa línea, imposible de alcanzar, que es el origen, la causa y el por qué de Mariano y su barca.. Los demás van en busca de los peces, se adelantan y se entorpecen unos a otros, tratando de ser los primeros en echar las redes sobre los bancos. Mariano hace ya mucho que no forma parte de esa carrera, a veces incluso se olvida de echar las redes. Él ya no sale a la mar por los peces, él sale a la mar por la mar, por ese mar que lo vio crecer, faenar, encallecer y endurecerse con el viento y la sal; por ese mar que conoce todos sus secretos y al que, algún día, cuando sienta que ha llegado la hora, se entregará: alzará los remos de su barca y se dejará llevar más allá de ese horizonte que persigue cada día.
Mariano embiste las olas solo con su barca y sus pensamientos. Nadie le espera en el puerto. No hay una mujer en su casa acordándose de él, aguardando su regreso, perfumando las habitaciones con ese olor dulzón a hembra y a felicidad que acompañaba siempre sus descansos y sus noches, cuando el mundo era más joven, los peces abundaban y él siempre pescaba pensando en el regreso.
Ahora están solos Mariano y su barca, el cielo y el mar, la noche y el día. Solo las olas, con su vaivén, le recuerdan que la vida continúa, a pesar de las ausencias, a pesar del tiempo, de los años, de las arrugas, de los olvidos y de las soledades, a pesar de los pesares las olas vienen y van, la vida sigue adelante.
Cuando el sol empieza a caer Mariano deja de correr delante de sus recuerdos y, con pesca o sin ella, vuelve la proa y la mirada hacia el puerto, que representa el descanso, el cobijo, el eterno regreso a un mundo que ya no es el suyo, al mundo de los otros.
Dejando su barca varada en la playa y las redes dobladas, Mariano, con los ojos grises de quien ha visto muchos atardeceres en el mar, observa como el horizonte acuoso va tragándose el sol, que pinta de rosa el agua e ilumina el camino hacia los bares del puerto, donde los marineros esperan a la noche y acortan la espera del nuevo día, que les conducirá de nuevo a la mar, de nuevo a faenar, a darle sentido a sus barcas y a sus vidas.
Después de unos tragos de ron Mariano vuelve a su casa, donde le esperan media taza del café frío de la mañana y un poco de pescado salado, que toma sentado en la puerta, siempre mirando al mar, de espaladas a las fotografías que dentro, sobre los armarios, dan testimonio de otros tiempos menos solos. Al final, más por obligación que por sueño, camina hasta el dormitorio, donde le espera una cama de madera vieja con un colchón con dos hoyos: uno hecho a su medida, el otro a la del pasado y la soledad. Allí, dejando entrar el olor a sal y a mar por la ventana abierta, Mariano sueña con su barca, con el mar y con un horizonte esquivo y burlón, que se aleja más cuanto más se acerca.
Antonio, como siempre ¡genial!
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Muchísimas gracias. Me alegro mucho de que te guste lo que escribo. ☺😊😊
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¡¡¡DESTACADO!!!
Una historia bien contada, con los necesarios ingredientes, que invitan al lector a continuar la lectura.
Shalom desde Israel, colega de la pluma
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Muchas gracias Beto.
Un abrazo desde España. 🙂🙂
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Muchas gracias. Me alegro mucho de que te guste lo que escribo. 😊😊
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