IRENE DE SANTOS
Su entusiasmo era como una tarde de fuegos artificiales, hermosa, colorida, atrayente…y peligrosa. La movió a actuar de prisa, a alejarse de consejos y voces amigas, a eliminar de su lista de pendientes el análisis y la reflexión que deben acompañar las decisiones importantes, esas que implican virajes bruscos en la bitácora de la vida.
Transformar todos sus pasivos en activos sin calibrar las pérdidas y perderse en una jungla inexplorada de emociones, retos y apartados postales nuevos estaba absolutamente justificado; su deseo más profundo era vivir bajo el mismo cielo que su amado, aunque este fuera uno lejano y distinto, uno con otro tono de azul.
Supo que se había equivocado cuando escuchó los fragmentos de su corazón roto caer desde lo más alto de su decepción, cuando su más reciente amigo, el engañoso entusiasmo, se fue y la dejó sola al borde de aquel acantilado envuelto en un hermoso atardecer, el último que vieron sus ojos.
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