MOISÉS ESTÉVEZ
- Buenos días. ¿Es usted Marcello Gallo? –
- Si, soy yo. Quién pregunta –
- Mi nombre es Bryan. Policía de Nueva York – dijo mientras le mostraba
la placa – esta es mi compañera y asesora del departamento – mintió. - En qué puedo ayudarles –
- Queríamos hacerle unas preguntas sobre el local que tiene en Queens.
Tenemos entendido que lo tenía alquilado – - Así es –
La detective privado se ocultaba ligeramente detrás de Bryan, lo justo
para que aquel individuo de sospechoso aspecto no percibiera que tenía la
diestra apoyada en la culata de su arma.
El señor Gallo les confirmó lo del arrendamiento. La nave fue en su día
una herencia familiar y gracias a ella ingresaba unos escasos beneficios que
sumar a la exigua pensión que recibía y poder sobrevivir con algo de dignidad.
Eran tiempos difíciles.
Les dijo que el último alquiler era por dos años y que el arrendatario le
adelantó en efectivo toda la cantidad y una atractiva fianza con la condición de
que no hiciera preguntas. - Y usted no las hizo por supuesto –
- ¡Claro que no! No podía dejar pasar la oportunidad y el dinero me hace
falta – - ¿No le pareció extraño? –
- Qué más da lo que me pareciera –
- Va a tener que acompañarnos –
- ¿Estoy detenido? –
- En absoluto, pero será usted tan amable de sentarse con nuestro
dibujante para que haga un retrato robot de la persona que buscamos, porque
supongo que recordará a alguien que le diera esa suma de dinero tan
considerable –
El tono del inspector sonó de forma que Gallo no se atrevió a darle una
negativa por respuesta. - Está bien, aunque no sé si recordaré muchos detalles. Ha pasado más
de un año desde que lo vi la primera y única vez… –