DEVA NANDINY
Después de haber pasado toda la semana muy estresada debido al trabajo, por fin respiré aliviada cuando entré en casa. Era viernes, y ahora tocaba disfrutar y olvidarse por un par de días, de los quebraderos del trabajo y de la rutina diaria.
Sabía que mi esposo había reservado para cenar en uno de nuestros restaurantes favoritos. Después de ducharme, comenzaron asaltarme las dudas sobre como vestirme. Disfruto mucho de esos momentos en los que me preparo, buscando estar sexy para salir de fiesta.
Media docena de vestidos y varias faldas más tarde, me decidí por una minifalda gris y una camisa blanca; tanga negro y zapatos de tacón del mismo color. La indumentaria me trasladó, al uniforme del colegio cuando iba al instituto.
—No te follo ahora mismo porque es tarde —indicó Enrique cuando me vio salir de nuestro dormitorio.
Este fin de semana mis hijos estaban con mi exmarido, por lo tanto, podíamos alagarla la noche indefinidamente.
Después de cenar, entramos a un local a tomar unas copas. A la entrada, había un par de porteros de seguridad. Uno de ellos se me quedó mirando de arriba abajo, sin cortarse un pelo porque estuviera acompañada de mi esposo.
Me encantan los hombres así, descarados y atrevidos.
Enrique se dio cuenta casi al instante del cruce de miradas de ambos, y del modo en que le sonreí descaradamente.
—No has tomado ni tan siquiera una copa conmigo, y ya estás zorreando. No tienes remedio, Olivia —expresó riéndose.
—¡Jo…! —Protesté— Es que, está muy bueno…
Entramos al local e intenté olvidar al portero, tomándome lo primero una copa con Enrique, tal y como hacemos todos los viernes, después, salí sola a bailar. Sin duda ese es uno de los mejores momentos de la semana, es cuando comienzo a ser yo misma.
Diez minutos más tarde, me acerqué hasta una de las barras a tomar una copa con un chico que acaba de conocer. Sin embargo, no consiguió despertar mi interés, y poco después, estaba bailando de nuevo sola en la pista.
Mi marido Observaba desde la barra de enfrente todos mis movimientos, disfruta viéndome seducir a un hombre. Me acerqué hasta él
—Pídeme otra copa, estoy sudando —me quejé.
—¿No te gustó el chico? —Me preguntó refiriéndose al que me había invitado a tomar algo.
—Para nada, es mono. Pero nada más… Voy a hacer un pis —dije alejándome de él.
—Cuidado con lo que haces en los baños —comentó Enrique riéndose, recordándome que el anterior fin de semana, había follado con un hombre en el baño de una discoteca.
Yo me giré y le saqué la lengua a modo de burla.
Cuando iba a llegar al aseo me encontré de nuevo con el portero de seguridad, con el que había coqueteado a la entrada. Él salía del baño de los chicos, y cuando me vio, se quedó esperándome para que me acercara, mirándome con el gesto serio.
—Hola, guapa. Me llamó Alín —me saludó con un marcado acento rumano.
—Encantada Alín, yo me llamo Olivia —dije dándole dos besos a modo de presentación.
De forma descarada, comportándose de modo poco galante, descargó sus besos pegados a la comisura de mis labios.
Pude contemplar que aún era más alto y fuerte de lo que me había parecido al verlo por primera vez. Resultándome, tremendamente varonil y atractivo.
—Estás muy buena, Olivia —soltó de repente—. Espero que no te moleste que sea tan directo. Los rumanos, somos a veces demasiado sinceros.
—No, no me molesta. Todo lo contrario, me gustan los hombres osados y desenvueltos.
—Bien, me alegro. A mí también me gustan las mujeres bonitas y atrevidas. ¿El hombre con el que entraste antes, es tu esposo? —Preguntó interesado.
—Sí —respondí sincerándome.
Normalmente, los viernes siempre me inventaba que Enrique era un compañero de trabajo que se estaba divorciando, y que lo estaba pasando mal. Y que, por eso, lo había acompañado a tomar algo, simplemente con la intención de animarlo un poco. Luego indicaba que estaba a punto de marcharse, de esa manera mi marido me dejaba la pista libre. Algunos hombres se sienten intimidados, si les digo que es mi esposo—. Está tomando una copa en la barra —añadí.
—Un hombre afortunado por tener una mujer como tú. ¿No es un hombre celoso? —Interpeló curioso—. Noté que se dio cuenta, en la manera en la que te observé. A los hombres, no les gusta que se mire así, a sus esposas. Sin embargo, a él pareció gustarle.
No pude evitar expresar una carcajada.
—¿Enrique celoso? —Pregunté sin perder la sonrisa—. Para nada. Mi esposo me permite estar con otros hombres.
—¡Qué suerte la tuya! —Exclamó agarrándome fuertemente por la cintura, atrayéndome hacia él—. Mi esposa me mataría, simplemente si supiera que estoy hablando con una mujer tan guapa como tú.
—¿Está en Rumania? —Traté de saber.
—No, está en casa con nuestros hijos. Yo trabajo aquí los fines de semana, en diario lo hago en la construcción.
Entonces, como si no aguantará más tiempo, acerqué mi boca a la suya y comenzamos besarnos. Me encantó sentir sus fuertes manos sujetándome por las nalgas.
Diez minutos después me acerqué con Alín agarrada de la mano hasta donde estaba Enrique. Este se mantenía atento esperándome llegar del baño, seguramente pensando que habría mucha cola.
—Cariño —lo llamé sonriendo, sin soltar la mano de mi nuevo amigo— Este, es Alín.
Noté en la cara de mi marido cierta zozobra, sin duda no se esperaba algo así. Sin embargo, adora este tipo de sorpresas.
—Tienes una mujer espectacular —expresó Alín, ofreciéndole su enorme y fuerte mano.
—Lo sé, gracias —respondió Enrique aceptando el saludo.
Estuvimos tomando una copa los tres, mientras Alin me mantenía agarrada por la cintura, haciendo que mi cuerpo estuviera pegado completamente a él. De vez en cuando, sentía su mano agarrándome por el culo.
—Voy a acercarme un rato a la puerta. Tengo que hablar con mi compañero, en un rato os veo —indicó despidiéndose, dándome antes de irse un beso en la boca.
—¿Te vas a follar al portero? —Preguntó Enrique con cierta sorna.
—Lo estoy deseando, me tiene tremendamente cachonda. La verdad es que me gusta mucho —me sinceré a mi esposo.
Media hora después regresó Alín. Yo estaba bailando sola en la pista, pero ese día ningún otro hombre llamó mi atención. Permanecía deseosa, esperándolo impacientemente.
—Tengo media hora —me indicó acercándose hasta a mí y volviéndome a besar.
—¿Tienes coche? —Le pregunté, mostrando mis intenciones.
—No, lo siento. No tengo.
—Dame la mano —respondí llevándolo hasta la barra, donde mi marido no dejaba de observarnos atentamente.
—Cariño —expresé elevando el tono— Déjame las llaves de coche. Me voy un rato con Alín, fuera.
Enrique metió una de sus manos en el bolsillo de su pantalón, cogió la llave y me la entregó, guiñándome al mismo tiempo un ojo.
Fuimos hasta el coche sin ni siquiera hablar entre nosotros, estaba aparcado en plena calle. Sin embargo, a esas horas no pasaba demasiada gente.
—Sentémonos atrás, estaremos más cómodos —indiqué.
Una vez dentro, no dejamos de besarnos ni un solo segundo. Desabroché varios botones de mi camisa, tentándolo así con mis pechos. Entonces Alín, introdujo sus dos manos dentro de la camisa, y comenzó a palpar mis senos.
—Bonitas tetas. Grandes y duras —expresó con su marcado acento rumano.
No había mucho tiempo, por lo tanto, comencé a toquetear el bulto que se adivinaban debajo de sus pantalones. Desabrochando nerviosa su bragueta, sacándole su verga para afuera.
—¡Qué maravilla! —Expresé sin dejar de mirarla, hechizada ante su potencia masculina, comenzando a masturbarlo lentamente.
—¡Vamos, cómetela! —Exclamó de un modo totalmente imperativo.
No me lo tuvo que repetir, me agaché hasta él y comencé a mamarle su hermosa verga.
Reconozco que de haber tenido más tiempo, hubiera seguido disfrutando indefinidamente lamiendo su apetecible polla. Sin embargo, sentía un calor inmenso en mi coño, y sabía que el tiempo apremiaba.
—Estoy cachonda, cielo. Muy cachonda. Necesito que me folles —manifesté, poniéndome de rodillas encima del asiento, colocándome sobre él. Un momento después, agarré su verga, la coloqué frente a mi coño y me dejé caer sobre ella
—Tienes el chocho muy caliente —indicó desabrochándome del todo la camisa y sacando mis pechos para afuera.
De vez en cuando escuchábamos el ruido de un vehículo cerca, o algún transeúnte que pasaba a nuestro lado. Sin embargo, a ninguno de los dos nos importaba ya lo que aconteciera fuera del coche.
—¡Me corro, cariño! ¡Me corro…! —Comencé a gritar fuera de mí.
Echando mi cuerpo totalmente hacia atrás, para sentir más profundamente la estocada que me estaba perforando el coño.
—¡Así, perra, así…! ¡Córrete, perra…! —Me animaba cogiéndome fuertemente por las tetas.
Cuando por fin recuperé un poco la calma, aún con la respiración agitada, le pregunté:
—¿Cómo quieres correrte? ¿Quieres que te siga follando, o prefieres que te la chupe?
—¡Sigue jodiéndome como antes! ¡Menea tus grandes tetas, quiero ver como se mueven! —Expresó de modo soez, justo antes de eyacular en el interior de mi húmeda vagina.
Diez minutos después volvimos al local agarrados de la mano, él se quedó en la puerta hablando con su compañero, y yo pasé dentro, en busca de mi esposo.
—¿Qué tal? ¿Te ha follado bien? —Interpeló Enrique, completamente excitado y ansioso.
—¿No me lo notas en la cara? —Pregunté sonriendo— sintiendo justo en ese momento, como el semen de mi nuevo amante, comenzaba a escapar de mi vagina, empapando así mis bragas—. Invítame a una copa. Cuando salga Alín de trabajar, nos vamos los tres para casa —Informé a mi esposo, radiante y feliz.
Y así fue… Un par de horas más tarde, los tres estábamos dentro del coche, en dirección a nuestra casa.
Deva Nandiny
Brutal
Me gustaLe gusta a 1 persona