ESTHER RGUEZ
El reloj del vestíbulo marcaba las siete cuando salimos del hotel. Hacía un frío espantoso, pero decidimos caminar hacia el centro con la intención de dar un agradable paseo. En pocos minutos, llegamos a la Plaza de Rossio, bulliciosa y alegre, y nos hicimos algunas fotos en la estatua de Don Pedro IV. Quedé fascinada con los mosaicos blancos y negros que cubrían el lugar, sus ondas me recordaron, inmediatamente, a las olas del mar y me trasladé, por unos instantes, a las playas de mi tierra.
─Vamos a acercarnos al Teatro Nacional ─dijo Daniel.
Era impresionante. Me llamó la atención el pórtico hexástilo con las columnas jónicas y el remate triangular. ¡Fascinante! Cuando nos aproximamos un poco más, mi vista se fijó en la cantidad de indigentes que se resguardaban en él. Unos dormían sobre cartones, otros permanecían de pie con sus botellas de vino en la mano. En un extremo, distinguí a un chaval joven con una gorrita gris y una sudadera negra. No pude ver su cara. Permanecía sentado con el rostro oculto entre las manos y su cabeza inclinada hacia adelante. Por un momento, pensé que dormía en aquella posición tan incómoda. A su lado, se encontraba un perro mestizo de color marrón con una manchita blanca en su hocico que descansaba plácidamente.
De pronto, comenzó una gran batalla. La algarabía del lugar se convertía rápidamente en sonidos estridentes y ruidosos.
─Vámonos de aquí ─dijo Daniel.
Algunas de las personas que se resguardaban en el pórtico, que habían permanecido de pie instantes antes, rodaban por las losetas revolviéndose violentamente. Otras comenzaron a lanzar objetos sobre los que permanecían descansando encima de los cartones y, en cuestión de minutos, una lluvia de botellas estallaba con brusquedad contra el suelo.
─¡Corre! ─repetía Daniel, nervioso.
─¡El chaval! ─grité─. Tenemos que sacarlo de aquí.
Daniel, sin pensarlo, tiró del brazo del joven y lo arrastró en volandas. El perrito corrió desesperado detrás del niño sin abandonarlo ni un solo segundo.
─¿Qué haces aquí? ¿Dónde están tus padres?
El muchacho nos miró estupefacto. No entendió qué ocurría y nos miraba atemorizado.
─Tranquilo, mi niño.
Le acaricie su cabello revuelto con mis manos e intenté calmarlo.
─Mateus, meu nome é Mateus ─pronunció el chaval asustado.
─¿Cómo se llama tu perro? ─preguntó Daniel.
─Bob.
El niño estaba helado y sus ojitos melancólicos nos miraban desconfiados. Entonces, lo cogimos de la mano, nos dirigimos hacia una de las cafeterías más cercanas, le ofrecimos unos deliciosos pastelitos de Belem y un chocolate caliente. Él los saboreó encantado.
Horas más tarde, la Policía nos informó de que su madre estaba internada y Mateus se había escapado de un centro para menores en el otro extremo del país. No sabían cómo había llegado a Lisboa.
Las autoridades se hicieron cargo del niño, pero nosotros nunca perdimos el contacto. Hoy, varios años después, aquel chaval desamparado es un prometedor estudiante de veterinaria y la alegría de nuestra casa.
Gracias!
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Un relato conmovedor. Me ha gustado mucho.
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Precioso relato que nos introduce en los sentimientos de los demás. Muchas felicidades!
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Un relato que refleja muy bien la historia de muchos niños de la calle. Fantástico!
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Preciosa historia en la que desde que empecé a leer sentí la necesidad imperiosa de continuar leyendo hasta conocer el desenlace. Esto para mi es muy importante en toda buena historia.
Mi enhorabuena
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Muchas gracias.
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Muy bien desarrollado, Contiene los ingredientes verbales necesarios para atraer al lector y conmoverlo.
Abrazotes amigaza
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Gracias.
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