MOISÉS ESTÉVEZ
- ¡Hija mía qué sorpresa! ¿No dijiste que llamarías? –
- Entonces hubiera estropeado la sorpresa – le dijo al besarla
cariñosamente todavía en el umbral de la puerta. - Pues si llegas un poco antes nos pillas en el supermercado. Acabamos
de llegar – - Lo sé. Soy investigadora ¿recuerdas? –
- Si hija, si – contestó la madre continuando con el sarcasmo – Anda
pasa. Que ganas tenía de verte – - ¿Y papá? –
- Olvidó comprar cigarrillos y ha salido a buscarlos. No tardará en llegar –
- Después de volver a besar a su madre y de darle un largo y fuerte
abrazo, se sentó en el viejo sofá familiar de cuatro plazas que todavía estaba
en el mismo sitio de siempre, delante de la televisión, en aquel acogedor salón
de su antiguo hogar. Todo esta igual: lámparas que daban la luz ideal en todo
momento, libros en sus estantes que sugerían café, chimenea que pedía a
gritos un protagonismo que le era arrebatado en tiempos estivales, la cocina
abierta y continua emitiendo olores embriagadores, el minibar del que catar un
buen bourbon – vieja costumbre heredada de sus ancestros – En definitiva,
buenos recuerdos. Todos salvo uno, pero no iba a ser ella quien lo sacara a
colación, seguro que eso lo haría su madre mientras almorzaban sin poder
evitarlo. - He traído pastel de zanahoria y una botella de vino. Los he metido en
la nevera – - No tenías que haberte molestado amor mío –
- No es molestia. Sé que a ti te encanta ese tinto y a papá ese pastel –
- Gracias hija. ¿Me ayudarás con el almuerzo mientras llega tu padre? –
- Por supuesto. Estoy deseando, pero con dos condiciones –
- Tu dirás –
- Que descorchemos la botella y que me cuentes algunos cotilleos de los
que tú sabes. Hace tiempo que no nos ponemos al día – - Cómo eres… – dijo la madre entre carcajadas ante la divertida
ocurrencia de su hija…
g-sayah