ISA HDEZ
Mientras esperaba que la peluquera me atendiera la observaba como peinaba a la anterior parroquiana y embelesada me fijé en ese movimiento continuo de brazos cual si fuera una bailarina danzando sin parar un segundo arrastrando a la vez todo el cuerpo que giraba de un lado al otro en movimientos coordinados con su figura delgada, uniformada y grácil a la vez que jugaba con el cabello largo color calabaza de la señora que peinaba. Su pelo rubio cobrizo resaltaba en su figura vestida de negro azabache, arreglado y recogido en una coleta que se deslizaba en un vaivén en sentido contrario a su imagen. Entre el pantalón tubo y el botín negro quedaba un espacio color carne y en la parte externa del lado derecho asomaba un tatuaje que parecía una guirnalda rectilínea, que invitaba a explorar para ver su longitud, como si estuviera acorde con las fechas que se avecinan de preparativos navideños. En su parloteo pareciera que estaban solas ante mi quietud contemplativa tras ellas, sentada en el sillón esperando mi turno. La estancia está decorada con buen gusto, ofrece un ambiente grato y a pesar del ruido de secador no perturba la concentración que me lleva a la magia de las ideas que encierran las librerías que hoy celebran su día, y, gracias a esas estancias llena de anaqueles repletos de libros y al amor que envuelve a los libreros hacia los libros vivimos en ellos historias mágicas de fantasía y realidad de la vida misma. La peluquera me devolvió a la realidad y cuando miro alrededor observo que quedamos las dos solas en la peluquería y ni me percaté cuando salió la clienta anterior, que según la peluquera me despidió, pero ni me enteré y le encargué con insistencia a la peluquera que le diera mis disculpas por la abstracción que, a veces, nos transporta a otras dimensiones. ©
Muchas gracias.
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