TANATOS 12

CAPÍTULO 43
Me miraba de nuevo en el espejo de aquel aseo y pensaba en la obviedad de que María no se tomaría aquello nada bien. Además era claro que tenía que decirle lo que acababa de hacer, pero temía que si se lo decía demasiado pronto ella quisiera irse, dejándonos a mí y a Carlos con un palmo de narices.
No salía de un embrollo y ya me metía en otro, pero no veía la forma limpia de hacer las cosas. Solo esperaba que el fin justificase los medios, que el bien final fuera también satisfactorio para María; lo cual podría quitarme culpa, si bien me metería en el problema siguiente, y a su vez en el más temido, el de la posibilidad de ella enganchándose a él.
Salí de allí, me acercaba a la barra y veía que María seguía con Luís. Así que me quedé unos minutos esperando, al acecho, intentando analizar las capacidades de aquel hombre, el cual tenía muy malas cartas pero bastantes ganas.
Tras un tiempo prudencial decidí acercarme y, en el preciso momento en el que llegaba a ellos, se daban dos besos, a modo despedida. Del lenguaje corporal y de la mirada de aquel casado se desprendía una decepción extraña, y hasta una duda sobre si insistir y no darse por vencido, aun a riesgo de ser pesado y a riesgo de quedar mal. Pero parecía optar por ser conversador y no exponerse, y tras su duda comenzó a caminar los tres metros necesarios, hasta llegar a sus colegas.
Una vez al lado de María vi su copa por la mitad, y volví a tener la sensación, que ya había tenido otras noches, de que su bebida era un reloj que marcaba el tiempo para el fin.
Le iba a preguntar sobre qué habían hablado aquel rato, pero ella se adelantó:
—Te encanta dejarme sola.
—Bueno, la esperanza es lo último que se pierde.
—Te dije que no me gustaba.
—¿Ni para calentar? —le pregunté.
—Algún día habrá que hablar sobre qué es calentar y de cómo se hace… —dijo ella, posando la copa sobre la barra y despegando su melena de la nuca; parecía que se iba a hacer una cola, pero simplemente aireó su cuello y volvió a dejar caer su pelo por la espalda.
Se hizo un silencio. Yo contemplaba como ella se había gustado con aquel movimiento y sabía que seguro se había gustado siendo cortejada por Luís, aunque no fuera demasiado atractivo. Su sujetador se le transparentaba un poco, casi nada, y el relieve de su pecho estaba disimulado por una camisa de seda que estaba lejos de ser entallada. Donde iba más ceñida era en sus piernas, en sus muslos enfundados en aquel cuero negro; cuero agujereado por la zona de su sexo, de su coño, que respiraba libre, cosa que solo ella y yo sabíamos.
Tenía que decirle lo que acababa de hacer con su teléfono, pero aún era pronto, y es que tenía que dar tiempo a Carlos a acercarse, pero si esperaba demasiado corría el riesgo de que él apareciera allí, y María no entendiera nada, y él descubriría entonces que todo lo había organizado yo.
Aún no sabía como solucionar aquello, aunque pronto me quedaría sin poder de decisión.
María dio un trago, y a su copa ya no le quedaba demasiada bebida… El tiempo apremiaba y dije lo primero que se me pasó por la cabeza:
—¿Cómo llevas nuestro secreto? —dije, mirando hacia abajo, a la zona de su pelvis.
—Pues bien.
—¿Cuando te sentaste lo notaste? ¿En el coche, por ejemplo? O sea… ¿hubo contacto directo… de eso en el asiento…? —pregunté, desordenado, inseguro, pues no veía a María con ganas de detallar ese tipo de cosas.
—Lo noté en el culo, más bien. Y no es muy higiénico, la verdad —respondió.
Mi mente voló entonces al momento en el que yo volvía de la calle y Roberto enculaba a María casi con saña… Y yo no entendía cómo podía estar vestida y a la vez siendo penetrada…
—Me sigue pareciendo tremendo que Roberto te lo agujereara… y te diera por el culo con eso puesto… —le dije, más cerca de ella.
—¡Shhh…! Habla bajo…
—Ya hablo bajo. ¿Cómo fue?
—Ya te lo he contado.
—Me contaste en su momento que lo rompió, pero… no la sensación de que ten por ahí.
María me miró entonces fijamente, parecía molesta, y pensé que me estaba malinterpretando.
—¿Quieres probarlo? —dijo, no solo seria, sino un poco desafiante.
—¿Qué?
—Que si quieres esta noche me das por ahí, como tú dices. Me das por ahí, en el coche, que ya veo que lo has dejado bien lejos.
—No entiendo qué te pasa esta noche. Con esos cambios de humor. Solo te he preguntado si la sensación es mejor o peor… que por el sitio… normal.
María permaneció callada, quizás dándome la razón en lo de su estado inestable, si bien no lo iba a reconocer.
Su manera de darme la razón en que estaba algo irascible y alterada fue cambiando el gesto y resolviendo mi duda de forma más o menos templada:
—Está bien. Pues es raro, lo notas como si te estuvieran… no sé cómo decirlo… pero la sensación de… intromisión o de tener algo ajeno dentro de ti es mucho más… intensa.
—¿Y placer?
—Es más morbo que placer —respondía ella, con nuestras caras cerca, aunque no pegadas, y en tono bajo, para que nadie pudiera oírnos.
Nos volvimos a quedar callados. Lo cierto era que respondía y resolvía mis dudas, pero la situación era tensa. Ella hacía que fuera tensa porque no había estado a gusto desde el preciso instante en el que se había vestido como se había vestido.
Pero mi mente febril no entendía de empatía por las incomodidades de Maria, y me hizo volver a recordar aquello con Roberto: al momento en el que él había sacado su polla del culo de ella… y evoqué aquel momento… de ver aquel hueco… aquella cavidad oscura y virgen, ultrajada… y recordé cómo después se había corrido sobre sus pantalones… en la zona de las nalgas, y cómo me había ordenado a mí que hiciera lo propio… que se la metiera en el culo a María.
Notaba una incipiente erección y alcé la vista, de casualidad, y vi que el tal Luís nos miraba… la miraba… Y pensé que quizás aún no se había dado por vencido.
—Déjame el móvil. A ver si tengo algo —dijo María, sacándome de mis ensoñaciones, y haciendo que mis pulsaciones se disparasen.
Pensé en confesar en ese preciso momento. Miré hacia la entrada y nadie venía. Y miré la pantalla de su móvil, con disimulo, mientras lo sacaba de la chaqueta, y pude ver que una amiga le había escrito, lo cual haría que ella entrase en los chats.
Sabía que el conflicto era inminente.
Le di el teléfono y la miré. Desbloqueó el móvil y supe en sus ojos el momento exacto en el que algo no le cuadró, y el momento exacto en el que entendió todo.
Todo sucedió muy rápido… Y en seguida vi que negaba con la cabeza. Y se mordió el labio inferior. No tanto por incredulidad como por hastío, por hartazgo. Tampoco era ya ni decepción.
Negando con la cabeza, con la mirada encendida y liberando la mordedura de su labio, dijo:
—Eres un gilipollas. Eres un gilipollas integral.
Me quedé en silencio. No tenía defensa.
—Hace casi media hora, además. Muy bien —asentía, cínica, aún sin mirarme.
Me devolvió su teléfono con desgana, y yo sentía su permanente semblante de repugnancia, y lo guardé otra vez en mi chaqueta. Alcé la vista y ahora sí me miraba, me fulminaba con ojos.
—¿Se puede ser cuál es el propósito de esto? —preguntó, en tono bajo, conteniéndose.
—No lo sé…
—No. Dime.
Yo cogí aire, buscaba tiempo para poder explicarlo. Una idea. Una coartada.
—A ver… No pasa nada. Que… bueno, al fin y al cabo hemos jugado con él a lo de fantasear con Víctor… —le decía, sorprendido de que no me interrumpiera —y… después lo de la casa de Álvaro… y… obviamente lo de Edu no lo vamos a representar porque se conocen y no queremos que lo sepa… así que lo de Roberto sería como la… cuadratura del círculo. Sería como repasar todo con él.
—¿Tú crees que soy idiota, verdad? Es que no hay otra explicación.
Me quedé en silencio. Sabía que tenía todo el derecho a que su rapapolvos fuera severo e ininterrumpido.
—Tú no quieres jugar con él —continuó – Tú no quieres la cuadratura de ningún circulo ni ninguna chorrada similar— Tú lo que quieres es que me folle. Porque te da absolutamente igual lo que yo quiera u opine. Dímelo. No pasa nada. Pero quiero que lo digas.
La miré. Dispuesto a decirle que tenía razón… Cuando vi movimiento tras ella. Era Carlos que se acercaba. Nos asaltó y no pude reaccionar. Tampoco María. Le daba dos besos y me estrechaba la mano, y en pantalones claros, camisa blanca y americana de cuadros, veía como escaneaba a María, de abajo arriba, y yo sabía, y María sabía, que Carlos se daba cuenta de que aquellos pantalones eran los que eran.
Él tuvo que saber también que la situación era tensísima. A María le brillaban los ojos de pura ira hacia mí.
Y Carlos soltaba un cálido e inocente “Entonces, al final os habéis animado” y miré a mi alrededor y vi algo que me hizo pensar que aquello no podía estar pasando, que era imposible…  Creí que era un sueño… Que no podía ser cierto…
…Pensé que el destino, o el propio Carlos, no podían ser tan macabros… Y es que un chico abría la puerta de la entrada del hotel, para permitir que una pareja saliera. Y el chico era Edu.

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