MOISÉS ESTÉVEZ
Sumido en pensamientos oscuros, el mentón clavado en el pecho, los
ojos cerrados cuando no perdidos, y la respiración lenta, pausada, profunda…
intentaba ordenar sus ideas – qué le estaba pasando, hacia dónde iba, cómo
era el futuro que el destino le tenía deparado… –
Valorando el presente, su reflexión era harto negativa, y ese destino
incierto, seguro que en la misma proporción que caprichoso, lo estaba
atormentando. Sus dudas crecían, brotaban de su mente como lo hacían las
aguas de la diosa madrileña que contempla impertérrita la calle de Alcalá con
notable majestuosidad.
Era un día como otro cualquiera, en un momento concreto que cada vez
se repetía con más asiduidad, invadido por la rutina, una rutina que se le hacía
cada vez más insoportable, soporífera, una rutina que como un bucle, volvía y
volvía, día tras día… como si estuviera inmerso en el ciclo de Uróboros…