ISA HDEZ

Marina pensaba que llegaría el día que sería tan libre como Lucas, hasta el punto de que al salir de casa tendría la mente igual de tranquila, sin preocupaciones de cosas corrientes, como él las denominaba, de compra, comida, niños, visita a los tutores, al dentista, tareas escolares, uniformes, ropa por lavar, planchar, clases particulares. Por más que luchaba y corría había infinidad de veces que se dejaba algo por hacer. Además, Lucas le comentaba que en algunas cosas le ayudaba, pero ella quería ser la le ayudara a él. Debía rendir en su trabajo de fuera como la que más, pues andaba a la par con compañeras libres y sin hijos, y no podía quejarse porque encima tendría que oír “no se puede tener todo” y, ese comentario surgía de las propias mujeres, porque los hombres ni siquiera entendían de que hablaban. Alberto, compañero de trabajo, separado, la entendía con la mirada. Cuando le tocaba estar con sus dos hijos, por convenio regulador, debía realizar algunas de las tareas enumeradas, y cuando tenía a los dos niños pasaba el mayor tiempo de baja médica. Cuando se los entregaba a la madre, se incorporaba al trabajo. Durante el café alguna vez, sin ella preguntarle nada, Alberto se lo indicó, —solo hombres viudos y separados con hijos a cargo y que no tengan tata, te entenderían—. La mayoría de las mujeres que trabajaban fuera y dentro estaban extenuadas y habían dejado de pensar en ellas, sin embargo, no ocurría igual con los varones. Comprobó que ninguno mostró preocupación de que peligrara su puesto, su ascenso, su asistencia a cursos o congresos, por tener su mente ocupada en las tareas enumeradas. Dedujo que el desgaste de la mujer que trabajaba fuera y dentro era muy superior al del hombre, o al de la mujer que solo trabajara dentro, para mantener el equilibrio familiar. En su pensamiento, Marina sabía que nada iba a cambiar. Necesitaba una habitación propia. ©

Un comentario sobre “El desgaste de Marina

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