MOISÉS ESTÉVEZ
Empezó a llorar. Hasta entonces no había derramado ni una lágrima,
pero cuando ya se quedó sólo, allí, delante de aquella gris y fría lápida con su
nombre grabado se derrumbó y un terrible deseo por desahogarse lo invadió.
El muy imbécil se había ido antes de tiempo, pero aún así fue el último en partir
- resérvame un lugar en el infierno maldito hijo de puta – pensaba con
sinceridad. Un pensamiento cómplice por los actos cometidos, actos de los que
azotan las conciencias, aunque no se arrepentía y esperaba que él tampoco lo
hiciera antes de morir – descansa en paz amigo…