VÍCTOR HERRERO
Había pasado casi un año y las Navidades estaban a la vuelta de la esquina. La empresa, su empresa, se planteaba echar el cierre. Todo se había enmarañado súbitamente en los últimos días. Al principio desaparecieron los empleados más capaces. Sin ese talento todo se manejó con más dificultad. Cuando a los meses la mitad de la plantilla se dio de baja empezó a cundir el pánico. Era imposible presagiar algo así tras la gran noticia, después de las celebraciones y las risas, que parecían pintar un periodo de bonanza y felicidad. Cómo asimilar lo ocurrido. Solo le quedaban fuerzas para maldecir, para gritar: ¡Maldita Lotería!
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