AURORA MADARIAGA
Quiero volver a la cama pulcra y las sábanas roñosas y zurcidas mil veces de mi tía.
Quiero aventurarme quebrada abajo ajena a la pobreza del lugar,
con la emoción de ver a mis primos.
Con la novedad de pasar un fin de semana en otra casa.
Quiero que me vuelva a peinar sin tirones,
suave apenas por encima de mi larga melena pasaba el cepillo mientras reprendía a mi madre,
su hermana, por hacerme llorar con ese ritual.
Quiero jugar esa fea consola gris rectangular que era el Nintendo,
conectada a esa tele de apenas catorce pulgadas.
Quiero ser feliz con ese juego pixeleado de música midi.
La emoción de ir avanzando por un camino de ladrillos en dos dimensiones.
La derrota de caer en los acantilados.
Quiero volver a emocionarme con la sola idea de ir de compras al supermercado con papá y mamá.
Con la certeza de ser la menor, la mimada, la única niña.
Perseguir a mi papá por los pasillos para que me compre un álbum de Barbie, otro de Sailor Moon.
Quiero escucharlo chasquear la boca cabreado y ceder a mi capricho.
Quiero grabar canciones de la radio subida en mi casa del olivo.
Sentada en el improvisado sillón de llantas viejas que mi padre instaló.
Quiero coleccionar posters de mis ídolos y tapizar cada pared de mi habitación con ellos.
Quiero volver a la casa de mi abuela.
El viento gélido, fuerte y constante de Playa Ancha.
Volver a casa resfriada luego de un fin de semana en la suya.
Verla maniobrar un palillo de croché a toda velocidad
con sus dedos limitados de artrosis
y su rechoncha gata gris jaspeada echada a sus pies ronroneando.
Quiero volver a jugar con esos vecinos que no eran los míos, sino los de mi prima.
La que, a diferencia de mí, siempre vivió en el mismo lugar.
Quiero volver años después, cuando la pubertad ya llegó,
y enamorarme como idiota de su vecino de la casa hacia la derecha.
El que siempre me ignoró.
Quiero volver a besar al otro vecino,
al que nunca tomé atención,
el que me miraba desde la distancia con toda la timidez y torpeza de los quince años.
Quiero volver a ver al chico que me destrozó el corazón por primera vez.
Al que nunca pude superar.
Al que años después me encontré en la calle
y todavía el estómago se me redujo de pavor
y emoción tan sólo oler su perfume y escuchar su voz.
¿Qué será de él? ¿Dónde estará? ¿Con quién?
Quiero una tarde de Sábado a los diecisiete.
Quiero empacar mi mochila con miles de opciones de tenidas y partir a la casa de mi amiga.
Prepararnos juntas, intercambiar poleras,
maquillarnos la una a otra y salir de juerga a la noche porteña.
Quiero contornearme de nuevo en una oscura pista de baile,
dejar que un carilindo me compre un trago, baile conmigo.
Me bese.
Quiero pensar que volveremos a vernos.
Que me llamará.
Que será para toda la vida.