AURORA MADARIAGA
Es la manifestación física del vacío.
La punzada que sola llega
a la mínima mención que desata el recuerdo.
Abre las carnes,
se abre camino entre las entrañas,
se anida en el estómago
y suelta su veneno negro.
Rebalsa los ojos de lágrimas
y ahorca la garganta de amargo.
Y me ahogo.
“Estoy bien”, respondo
mientras las tripas se retuercen de dolor.
La boca acalambrada de puchero
lucha por esbozar una sonrisa
mientras el salado se cuela por el paladar.
“Todo estará bien”, respondo
y me atraganto de la mentira por la garganta dura.
“Así se crece”, pienso
y recorro mi alrededor con ojos desesperanzados
sin encontrar un oído digno
donde evacuar el frío visceral.
Es un frío,
uno del alma.
Es la soledad original con la que nacimos,
la misma con la que moriremos.
La desolación mundial concentrada en el centro
como un hoyo negro que traga toda ilusión.
Es una falta fantasma,
una añoranza enferma,
un retorcijón sazonado de lágrimas
que no lleva nombre ni foto,
que no tiene cura ni fin.
“Qué buena amiga eres, cebolla”,
digo para mis adentros.
Tu defensa natural al cuchillo
crea la justificación perfecta
a mi vista rebalsada de llanto mudo.
“Ya pasará”, pienso.
Mañana otro día comenzará
y su rutina ordinaria obligatoria
será el paliativo
para mi gélido vacío visceral.

Una excelente y cruda retrospección hacia el interior de sí mismo.
¡¡MUY BIEN LOGRADO!!
Van abrazotes colega de la pluma
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Muchas gracias por tus palabras, Beto 🙂
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