SATA LEVESQUE
Muy de vez en cuando consigo fumarme el cigarro perfecto.
De un olor blanquecino, igual que nácar perfumado. Su sabor es el más neutro. Como si a cada bocanada aspirara una nube. Incluso el minuto que rodea la ocasión se me antoja completo, pletórico. Aspiro, inspiro y espiro con el equilibrio de quien roza la calma más pura unos segundos. Curvo los labios y el humo forma la “O” de “Oh, me importa una mierda”. Las tristezas resisten en la retaguardia, inmóviles, como cenizas requemadas y todo es pleno.
Porque es mi momento.
Mi instante de no sentirme mal por lo que no sale bien. Un periquete en que el tiempo no se detiene pero avanza al ritmo correcto. No es más venenoso que la contaminación del coche que va muy deprisa y tiene un accidente. O que la nociva polución del tipo ladrando su mal humo(r) con quien no tiene razón.
Casi parece un cigarrillo sano.
No te rías. Estás echando a perder mi cigarro perfecto. ©
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