MOISÉS ESTÉVEZ
Cuando volvió, Vincent seguía tumbado en la cama. No sabía
exactamente cuanto tiempo había estado fuera, ya que sus pensamientos
hicieron que perdiera la noción de aquel.
- Lo de que no te movieras veo que te lo has tomado al pie de la letra. –
Le dijo María sonriendo. - La verdad es que no veía un lugar mejor en el que esperarte
ansiosamente. Me has dejado en ascuas y rebosante de curiosidad al irte. – - Pues eso lo vamos a solucionar enseguida. – María dejó la bolsa que
cargaba sobre un antiguo secreter que había en un rincón de aquella bonita
habitación del Petit Palace. Lo decidió unilateralmente, le apetecía pasar el día
tirados en la cama. Para ello compro algo de comer y una botella de vino en el
7-Eleven de la esquina.
A Vincent le pareció una idea genial. – Salimos por la noche a cenar si te
apece. – - Vale, lo vamos viendo. –
- Mientras vas sacando lo que has traído, voy a darme una ducha. –
- Perfecto. Voy abriendo el vino. Por cierto, el recepcionista ha sido muy
amable. Cuando subía, se cercioró de la botella, que sobresalía ligeramente de
la bolsa, y con un tono algo sarcástico me dijo que nos sería difícil bebernos
tan rico brebaje. – - ¿Y eso? –
- Entendí el sarcasmo cuando me tendió un sacacorchos. –
Ambos rieron sonoramente. – ¡Qué bueno! – dijo Vinc. - Cuando lo hizo me guiñó un ojo en un ademán de simpatía, y en un
impulso de atrevimiento le pregunté si sabía donde podía hacerme con lo que
traigo en el bolsillo de los vaqueros. – - ¿de qué se trata? –
- Ahora lo verás cuando salgas del baño. Pero no me preguntes de
donde lo he sacado, porque le he prometido que quedaría entre los dos.