JUAN LUIS HENARES
Subió al colectivo y se ubicó en el último lugar de la hilera de asientos individuales. Iniciado el viaje, mientras el sol golpeaba su rostro, desde la ventanilla contempló los afiches en las calles:
1816-2016. Bicentenario de la Independencia.
Descendió tras una hora de recorrido, caminó pocas cuadras y al llegar a su barrio encontró la bandera argentina que ondeaba en el balcón de la casa del vecino. Ingresó a la suya, subió las escaleras, dejó su mochila en la cama y comenzó a quitarse la ropa de trabajo.
Preparó café, tomó un libro y se acomodó en el sillón del living; cerró los ojos y pensó en los sueños de los próceres que pelearon por la revolución y la independencia. Recordó las luchas de Belgrano, San Martín, Moreno y tantos otros. Imaginó sus penurias, alegrías y tristezas, todo lo que entregaron para ver al país independiente de las colonias extranjeras, al país en libertad.
Abrió sus ojos y encendió el televisor; observó al presidente argentino abrazado con el de los Estados Unidos de América, advirtió su bandera dentro de la Casa Rosada y, casi en silencio, comenzó a llorar.