ELIZABETH GARCÉS FERRER

Cuando estaba en ti sentía la seguridad que da el amor de una madre, cada día amanecía bañada por tu olor, la brisa y el sol cálido que guiaban mis pasos. Amanecía conociendo mi entorno, recorriendo cada rincón que me ofrecías desde que nací.

Tu música era la mía, las voces que me llamaban sonaban como cascabeles que hacían mi felicidad porque eran las voces de mi gente, esa gente que lanza carcajadas aún en medio de la desgracia y la desesperación, gente que abre los brazos bajo un cielo oscuro iluminado por millones de estrellas, rompiendo cadenas a pesar de todo, contra todo.

Cuando estaba en ti repartía, y recibía, abrazos apretados, esos que borran como por arte de magia cualquier tristeza existente porque vienen de un amigo del alma o de un familiar querido. Palmadas en la espalda, sonrisas más que conocidas mientras que un maravilloso olor a café recién hecho se escapaba de cualquier casa vecina.

Cuando estaba en ti andaba por mi barrio de la infancia: calles repletas de huecos, casas deterioradas y nada de riquezas material pero.. ¡por Dios, cuantos lujos brotaban de las entrañas de los que me rodeaban!, ese tipo de lujo que no se materializa jamás pero que se recibe en una especie de solidez invisible: amor, emociones, sinceridad, apoyo…llega un inevitable vacío cuando no se tiene todo esto de manera cotidiana…

Voces y rostros que nos esforzamos en mantener vigentes, es una batalla que va en aumento con el paso del tiempo porque no queremos que se esfumen en la nada. Intentamos con desesperación que el tiempo y su implacable maldad no los borre definitivamente, queremos mantener fresco el tono de una voz y los rasgos de un rostro, la tristeza es inmensa cuando no siempre se consigue.

Todo se quedó en “cuando estaba en ti”, diría mejor: “cuando estaba allá”, todo se resume en eso, en algo que ha quedado después del horizonte y que pertenece, ahora, a un grupo de dictadores que cambiaron el curso de una historia, de muchas historias puesto que, querida Cuba, tú te encuentras mucho más allá del horizonte y volverte a ver parece tan imposible que con solo pensarlo hace daño.

Tu contorno es lo último que tengo grabado en mi memoria porque forma parte de ese momento en el que todo se pierde. Cuba, sí, tu contorno sobre el mar de un azul rabioso es lo que me esperaba al final del trayecto, al dejar de estar en ti.

La vida empezaba a quedar atrás y el exilio abría sus oscuros brazos esperándome, quizás, para prodigarme sendas bofetadas que no tendrían nada que ver, recordada Cuba, con tus caricias de madre amante.

El avión tomó vuelo en medio de esos eternos rayos del sol de América Latina y mi instinto fue único, en el acto, miré a través de la ventanilla, lo hice como una autómata porque, en realidad, de ese gesto dependía lo que ocurría en mis entrañas.

Era arrancada de ti, estaba muriendo el que hasta ahora había sido mi mundo para entrar en otro que no conocía en absoluto. Un sentimiento tan terrible como irreal.

Te vi allí, descansando tranquilamente en el mar. Descubrí tu contorno, el que tantas veces vi en las fotos. Por espacio de minutos se convirtió en real para mí. Tu verdor, tus montañas, tu forma se extendían antes mis ojos llenos de lágrimas. A medida que el avión subía tú te alejabas y te retenía cada vez menos con mi mirada.

Con una sed indescriptible me bebí aquellos minutos de despedida obligada. No me aparte de la ventana hasta que te volviste un desesperado y doloroso punto que se esfumó en la inmensidad azul de mi mar caribeño.

Imposible de olvidar tu contorno. Nada es lo mismo desde que no estoy en ti.

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