ISA HDEZ
Se acercaban los días más especiales del año para el profesor. Preparaba con esmero y dedicación su plan vacacional durante todo el curso. Le gustaba viajar y conocer hasta el último rincón de lo que proyectaba transitar. Lo plasmaba con fotografías para inmortalizar el lugar, y recordar más tarde en el silencio de su habitación en sus noches de insomnio, pasándolas una a una por el proyector para recrearse, y disfrutaba como un niño cada vez, como si fuera la primera vez, como si no hubiera otra vez. Se enamoraba, saboreaba y embelesaba con las casonas y sus fachadas, iglesias o catedrales, y plazas de pueblos y ciudades que visitaba. También de montes, ríos o lagos y playas; museos, teatros y tascas. Todo poseía algo especial para él, le cautivaba las costumbres o tradiciones. Se documentaba y adquiría un amplio conocimiento del lugar, y lo guardaba en su memoria pudiéndolo reproducir con fidelidad cuantas veces considerara. Dilataba los días y los completaba al máximo para que le cundiera y, se entristecía cuando el tiempo llegaba a su fin. Necesitaba mostrarlo y en ocasiones resultaba perezosa su reiterada exposición. Pero los que lo querían lo asumían con esmerada complacencia para agradarlo y no lastimar su sensibilidad. Sería que no entendía la justa medida de lo que debiera referir, o, pudiera ser que conservara sentimientos apresados, enmascarados o que anhelaran escapar de sus adentros. ©